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C. DEL RÍO
soto del barco.
Lunes, 22 de junio 2020, 00:51
José Luis Fernández Abalo vino al mundo un 18 de febrero de 1954 en el número 15 de la calle Río Dobra, circunstancia que lo convirtió en el primer chiquillo nacido en el poblado de Llaranes. Una curiosidad que para él tiene «mucho valor» por el significado social e histórico que ha tenido el barrio construido por Ensidesa en la década de los cincuenta del siglo XX. «El hecho de haber nacido en un poblado al que vinieron muchas personas de todos los lugares de España a trabajar y crear una gran empresa es algo que me presta. No es que me ponga una banderita, pero me hace cierta ilusión», explica en su casa de Soto del Barco, donde reside desde hace algunos años.
Rememora que su padre tenía
el número 10 de matrícula y el dos de escalafón y eso los hizo merecedores de la primera casa construida en la calle Río Dobra, 15, «enfrente de donde está ahora la visera que se trasladó desde El Pozón». Allí sonaron los primeros gritos de un bebé que se escuchaban en la calle, un recién nacido que recibió la visita de Ramón Corominas, el primer director de la fábrica y de quien su padre era chófer. «Nada más que me parió mi madre, él vino a verme. Por eso se supo que yo había sido el primer niño en nacer en aquel poblado recién construido», explica.
Poco después de su nacimiento y antes de que llegara su hermana, la familia se trasladó a una casa en la calle Monte Rebollín por la humedad que sufría la primera edificación. En esta segunda continúan viviendo la hermana y la madre que, a sus noventa años recién cumplidos, acaba de regresar a su vivienda tras pasar el confinamiento en Soto del Barco. «En cuanto pudo volver, regresó» y eso fue el 11 de mayo, después de haber asistido a todo un despliegue de farándula en casa de su hijo y su nuera, Ana María, una sevillana con mucha gracia.
Durante 55 días se disfrazaron y cantaron sin pudor alguno porque Abalo tiene claro que hay que aprovechar y disfrutar cada momento y eso es algo de lo que no se ha dado cuenta ahora, tras este periodo excepcional, sino que lo traía aprendido tras algún problema serio de salud. Como el fútbol, por ejemplo, que le robó la rodilla y dos años de vida (una prótesis, un virus, una infección), pero del que proceden los mejores recuerdos de la niñez, la adolescencia y la juventud. Jugó en el Ensidesa y en 1975 fue cedido al Praviano. Estuvo tres años en el Real Avilés, con el que subió a Tercera en la temporada 1976-77, y después se marchó para el Mosconia, donde estuvo cuatro temporadas.
Aguantó hasta los 30 años, «así estoy roto del todo», pero ser un defensa «guerrero» le hizo merecedor de un hueco en la selección asturiana, donde compartió filas con Mejido y Redondo, entre otros.
Precisamente fue una concentración con la selección la que le dejó la única espina que tiene clavada. Habían estado Los Chiripitifláuticos grabando en Llaranes el 13 de abril de 1971, «una locura», recuerda Abalo. Una actuación que Televisión Española emitió el 1 de mayo «y yo estaba jugando con la selección en Gijón y no me pude ver nunca».
De aquella también formaba parte de un grupo de folk con el que amenizaban la estancia a los ancianos en la residencia de los Salesianos. Con ellos estudió en 'los tubos' y luego en la Plaza Mayor. Echando la vista atrás, cree que «todo pasa muy rápido», sobre todo si a continuación analiza su experiencia vital.
Jubilado desde 2012 tras 42 años cotizados, trabajó primero en el servicio oficial de Seat, luego repartió bebida con un camión de la Revoltosa, vendió fotografías aéreas, cerámica y sus últimos veintidós años laborales fue viajante de material de construcción para Saint-Gobain Weber hasta que la penúltima crisis dio un mazazo al sector y llegó la jubilación.
Desde entonces, se dedica a no perder ni un minuto de vida, «ahora que se ve el final más cerca». Le gusta pescar y 'bajar' de vez en cuando a Sevilla a visitar a su familia política, que es lo que ha hecho en cuanto se lo han permitido.
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