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Los actores colmaron de vida verosímil la estampa de una sociedad en ruinas, anoche en el Teatro Filarmónica.
'Carne de Gallina' sobre las tablas

'Carne de Gallina' sobre las tablas

La popular película de Maqua llenó a rebosar el Filarmónica en su adaptación teatral

ALBERTO PIQUERO

Lunes, 22 de septiembre 2014, 00:43

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Se esperaba éxito y 'Carne de Gallina' lo hubo sobre las tablas. Anoche, en el Teatro Filarmónica, esta adaptación de la popular película de Javier Maqua, empezó a dibujar el triunfo ya en los primeros cuadros, cuando el público decidió interrumpir con intensos aplausos el desarrollo de la trama. Lo hizo en varias ocasiones anunciando la clamurosa ovación que rubricó el final.

Se pudo asistir al rodaje de la película 'Carne de gallina', hace casi tres lustros, allí por la estribaciones del mierense valle de Cenera. Y advertir que el ambiente que se respiraba, verde Asturias aparte, era el de un grupo de profesionales que desempeñaba el oficio sin grandilocuencia, incluyendo los achaques cardíacos que sufría en aquellas fechas su director, Javier Maqua. Un trabajo hecho con rigor, amor y humor, que como quien no quiere la cosa escarbaba en las heridas sociales de una familia minera de las cuencas, dependiente de la pensión de un jubilado, elevando las cómicas circunstancias de su existencia a tragedia social sin paliativos. O viceversa. Era de gran interés cotejar la cinta cinematográfica con la adaptación teatral que ayer subió a escena, firmada por los mismos autores que la llevaron a la gran pantalla, Maqua y Maxi Rodríguez, más la incorporación de Sergio Gayol. Ya se sabe que en materia de transposición de géneros, las opiniones pueden estar muy divididas.

Lo cierto es que esta versión teatral enriquece la original cinematográfico, como si aquel guión, del que se recuperan el núcleo central, las peripecias, los personajes y el espíritu tragicómico, hubiera madurado con el paso del tiempo. El traslado de las imágenes del celuloide al espacio de la tarima ha requerido, claro, una concepción nueva, resuelta de modo brillante en treinta y una escenas. Y los más de cincuenta personajes que poblaban los vericuetos de la historia fílmica, aquí han quedado reducidos a siete actores.

Son las exigencias y peculiaridades del marco en el que ahora se desarrolla este retrato local con puertas abiertas a lo universal. Pero, como decimos, no hay mengua. La síntesis escenográfica crea las atmósferas justas, la pincelada ambiental precisa. Y los intérpretes -es de obligado cumplimiento mencionarlos a todos: Sandro Cordero, Sergio Gayol, Rosa Merás, Concha Rodríguez, Carmela Romero, Roberto Carlos Suárez, Mario Alberto Álvarez (que se desdobla en el papel de Luisón y en el del cajero) y Jorge Moré- colmaron de vida verosímil la estampa de una sociedad en ruinas. Provocando risas, sí, pero de aquellas que nacen de un fondo de amargura.

Una tradición picaresca que junto a las aventuras anecdóticas, incluye la denuncia de las desventuras. Acaso en el ápice, el monólogo final de Gelín (Sandro Cordero) también haya de llevarnos a considerar si no ofrecemos demasiada resignación a las desgracias.

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