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Lola Herrera y Juanjo Artero protagonizan 'La velocidad del otoño', que inicia gira en Asturias.
Honores para 'La velocidad del otoño'

Honores para 'La velocidad del otoño'

Por dos veces se interrumpió la función en el Palacio Valdés por los aplausos del público a Lola Herrera y Juanjo Artero

JOSÉ MARÍA CASO

Domingo, 7 de agosto 2016, 01:07

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'La velocidad del otoño', de Eric Coble, un autor británico-escocés de nacimiento con infancia en las reservas estadounidenses de apaches navajos y de indios yutas, pasó el viernes en el Palacio Valdés a los teatros comerciales después de cerrar ciclo en el 'Off' del Lara donde se había estrenado en abril de 2015. El nuevo montaje de la versión y traducción del sevillano Bernabé Rico agotó localidades en su estreno y cosechó no solo una larga y cerrada ovación final con 'bravos', sino algo inusitado en el teatro avilesino: dos interrupciones por aplausos durante la representación. Una, al final del primer acto, tras un magnífico monólogo-relato-descripción de Alejandra, la madre molotov a base de revelador. Suprema Lola Herrera apoyada por la música de Verdi.

Empiezo por ella porque es de rigor, de justicia y de bien nacidos. Y sigo por otra mujer porque es de esto, de justicia y de rigor: Magüi Mira, de nuevo impecable directora y más cosas, en esta ocasión, de una tragicomedia en la que el hombre (actor y personaje) visible no se les queda a la zaga: intachable Juanjo Artero en la piel, la voz, el gesto, el movimiento de Cris (Cristóbal), el hijo menor de Alejandra, recién llegado, por la ventana del jardín con árbol, de Suiza, aunque su madre lo confunda con Suecia y no quiera ni verle ni escucharle al principio. Solo al principio, porque Cris no es el antagonista sino sus dos hermanos Paula y Miguel, que irrumpen en la peripecia con su inasible presencia e inconfundible intención por el inevitable e impertinente teléfono móvil.

¿Es lícito aspirar a perpetuarse en tu descendencia y, en caso contrario, fracasa la individualidad? ¿La ley de vida requiere inmolar tu libertad al servicio sórdido y cicatero del clan? ¿Por qué «a los viejos se les aparta después de habernos servido bien?», planea sobre la escena el verso serratiano en el que si eres mujer tanto más y peor. El canario José Manuel Guerra resuelve, una vez levantado el telón, en azules, amarillos y rojos la evolución de las tesis de Coble sobre la escenografía, también de Mira, igual que la elección de 'La traviata' como espacio sonoro. De la obertura de este Verdi que pasa de un adagio con ciertas notas malherianas a un tres por cuatro bailable, rescata perfecta 'La velocidad del otoño' «la belleza y también el arte en la muerte». Al fondo, derecha, el árbol centenario por el que trepa Cris hacia la casa de la madre, «la madre de los museos», está sin hojas pero, según Alejandra, aún tiene «algunas ramas fuertes». Y vaya si las tiene.

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