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De izquierda a derecha, arriba: La escultura 'Nordeste', en Gijón. El mural de Vaquero Turcios en el Auditorio Príncipe Felipe, de Oviedo. Abajo: Un fragmento de uno de los murales que pintó para la sala de máquinas de la central de Grandas de Salime y el 'Monumento a Colón', en Madrid. C. Santos / P. Lorenzana / E. C. / Iñaki Martínez
Diez años sin Vaquero Turcios

Diez años sin Vaquero Turcios

Se cumple una década de la muerte de Joaquín Vaquero Turcios. Puede verse su prolija creación en el Molinón, la autopista Y, el Auditorio de Oviedo o la Fundación Idional, en Avilés. También en la madrileña plaza de Colón

m. f. antuña

Viernes, 21 de febrero 2020, 15:30

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Sobrino nieto de Rubén Darío e hijo del arquitecto y artista Joaquín Vaquero Palacios, la genética y la vida le llevaron al arte, al color, a las formas, a la pintura, a la escultura, a las salas, a las calles, a lo íntimo y lo colectivo y urbano. Se cumple el próximo mes de marzo el décimo aniversario de la muerte de Joaquín Vaquero Turcios, artista polifacético, integral y global, que tiene en Asturias una amplísima huella a la vista de todos.

No nació aquí, sino en Madrid en el año 1933, el hombre que dejó su sello artístico en El Molinón, quien ideó el Cuélebre que se encuentran los conductores que circulan a diario por la Y, o ese 'Nordeste' que asciende por la Subida al Cerro, en Cimadevilla. El hijo del grandísimo Joaquín Vaquero Palacios, otro creador integral que hizo de su arquitectura en las centrales de la antigua Hidroeléctrica del Cantábrico pura belleza, creció en Asturias viendo a su padre crear, y alentado por él, muy pronto comenzó él mismo a hacerlo. El ambiente le conducía a seguir su estela y con él, en su etapa como subdirector de la Academia España de Bellas Artes de Roma, se fue a Italia, donde se formó como arquitecto y donde comenzó a pintar sus paisajes urbanos, entre 1950 y 1957.

Y con él también pintó una obra de juventud, con solo 21 años, que hoy se antoja monumental, los dos murales de la sala de máquinas de la central de Grandas de Salime que había diseñado su padre. «Una de ellas representa una descarga eléctrica entre dos polos, y la otra narra la historia de la construcción de este salto a través de un friso repleto de figuras que se inicia con la evocación de su abuelo, Narciso H. Vaquero, a caballo junto al salto de agua y rodeado de montañas y nubes», escribe Francisco Egaña Casariego, en el libro 'La belleza de lo descomunal', dedicado a la obra de Vaquero Palacios y con exposición homónima. Ya cuando hizo esta obra, desde una pequeña plataforma desplazable colgada de un puente grúa, y diseñó un hermoso mirador volado, había obtenido algunos premios aquel joven artista que acabaría haciéndose muy grande. Y que frecuentó tanto la pintura como la escultura, que gustó especialmente de crear piezas de gran formato, que dominó igualmente la palabra a la hora de hablar de arte, que amó tanto los colores que salían de la paleta como las técnicas del grabado y las múltiples posibilidades del hormigón y el acero. Era un experimentador nato dispuesto a hablar todos los idiomas del arte.

Fue un referente de la creación contemporánea y muy especialmente por su notabilísima presencia en el arte público. En la calle, a la vista de miles de personas cada día está Vaquero Turcios. Si el Molinón es su obra póstuma -cuando falleció en Santander el 16 de marzo de 2010 no estaba aún ejecutado el proyecto que cambió la cara exterior del estadio municipal- lo cierto es que en Gijón hacía ya mucho tiempo que su 'Nordeste' acompañaba paseos matinales, vespertinos y nocturnos, que tamizaba la luz del Cantábrico y el viento. Esa obra es de 1994, pero mucho antes Vaquero Turcios ya había creado unos inmensos murales para el Teatro Real de Madrid, de siete metros y medio de alto por doce de largo. Pero con motivo de la reforma del teatro, fueron retirados y, debido precisamente a esa monumentalidad, no pudieron volver a su sitio.

Hay en Oviedo varios murales con su firma. Empezado por el del Auditorio Príncipe Felipe, encargados por el Ayuntamiento de la capital expresamente para el vestíbulo principal y que se exponen desde 1996. Esos tonos añiles están a la vista de miradas multitudinarias, mientras más ocultos se hallan los que en 1991 ideó para el Insalud.

Pinturas suyas adornan el acceso a la sede la Fundación March, en Madrid. Se trata de un inmenso mural llamado 'Mi Laocoonte', de 1975, inspirado en el célebre conjunto escultórico que quedó al descubierto al desprenderse un muro en Roma el 14 de enero de 1506.

Firmó murales para la Universidad de Córdoba, el aeropuerto de Barajas, para el edificio madrileño de La Unión y Fénix, pero quizá una de sus obras más públicas y notorias sea la escultura formada por inmensos bloques que instaló en la plaza de Colón en recuerdo del descubrimiento de América en el año 1977. También en en el Parque del Oeste de Madrid se muestra su 'Homenaje a Goya' y en Barcelona, en la plaza de Cataluña, suyo es el monumento a Francesc Macià de 1984.

Pero si hay una pieza vista por millones de personas, mirada y remirada una y mil veces, aunque puede que nunca con el detenimiento que exige una obra de arte, esa es la conocida popularmente con 'Cuélebre', que ideó en el año 1976 para la autopista Y y que oficialmente se titula 'Cauce de la energía'. Ha tenido dos ubicaciones en la vía esta escultura de vigorosos colores que desde 2003 se halla en Serín. Fue el artista quien propuso crear esa estela en mitad de la carretera.

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