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M. F. ANTUÑA
GIJÓN.
Miércoles, 25 de julio 2018, 00:16
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Que las bodas se multiplican cuando llega el buen tiempo no es un misterio, que el modelón de la novia es el elemento estrella y que reina el blanco, tampoco. Pero no siempre fue así. En un pasado no muy lejano las novias se dejaban seducir por colores como el negro, que hoy serían puro atrevimiento solo al alcance de los más osados diseñadores. Pero, en blanco y negro, hombres y mujeres, todos han querido y quieren estar guapos en el día del sí quiero. Es pura historia de lo coditiano, esa misma que desde hace años se dedica a recopilar con mimo y tiento el Museo del Pueblo de Asturias, que acaba de abrir al público una pequeña exposición que hace balance sobre cómo fueron desde finales del siglo XIX y hasta mediados del siglo XX los novios y, sobre todo, las novias asturianas.
Se exponen en la sala de muestras temporales seis vestidos de novia datados entre 1898 y 1975, cinco de los cuales han sido donados al museo en los últimos años. Además, se presentan una veintena de retratos fotográficos realizados entre los años 1880 y 1960, que sirven para documentar la evolución de la indumentaria elegida para una ceremonia que fue, y aún es, uno de los ritos de paso más importantes del ciclo de la vida. No faltan accesorios como zapatos, tocados y velos para completar el breve recorrido.
Se presenta así un rito fundamental en todas las sociedades, pero dispar en función de las culturas y los tiempos. Lo que antaño era indisoluble, pactado y religioso hoy es libre y abierto a parejas del mismo sexo.
Pero siempre conviene mirar atrás, a aquel siglo XIX en el que las clases pudientes visibilizaban su estatus a través de una boda. Y así comienza la historia del traje de novia, que ha ido evolucionando con la propia moda. Patrones, tejidos y complementos cambian al tiempo que lo hace la sociedad. Pero quizá lo más llamativo siga siendo el asunto del color. Hasta bien entrado el siglo XX, salvo en las clases más altas, la norma era que las mujeres se vestiesen de negro para un día tan especial. Se buscaba así que el vestido fuera útil para muchas ocasiones, más allá de la propia ceremonia, y como cabe recordar que los lutos eran eternos, el negro era un tono de lo más socorrido y duradero. Pero por fin la oscuridad dejó espacio al blanco, símbolo de la pureza, y el carácter práctico de la prenda dio paso al uso único, para un solo día. La boda se hace una gran ceremonia que implica invitaciones, convite, tarta nupcial, viaje de novios, retratos, y el vestido de ella se convierte en icono y se alarga, se acorta, se abullona, se escota, se ajusta, se enjoya y se guarda en el armario para siempre. Ahora también se conserva en los museos.
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