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ALBERTO PIQUERO
AVILÉS.
Sábado, 2 de diciembre 2017, 00:19
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En la nutrida, sustantiva y sustancial producción teatral de Juan Mayorga (Madrid, 1965) se pueden encontrar títulos tan inolvidables como 'Cartas de amor a Stalin', 'La tortuga de Darwin' o 'Reikiavik'. Este filósofo y matemático que, de algún modo, ha trasladado a los escenarios esos saberes, creando pensamiento y geometría escénica, volvió ayer al Niemeyer con la última de sus obras, 'El cartógrafo', estrenada en 2016 en el Teatro Calderón, de Valladolid, y que se subió a las tablas del Campoamor este pasado verano. Pero el teatro, como la vida, nunca se repite. Y en este caso se agrega la circunstancia que pudiera parecer ajena, y sin embargo guarda una íntima relación con 'El cartógrafo', que nos remite a la exposición sobre Auschwizt inaugurada asimismo este viernes en el Centro Arte Canal, de Madrid. En un caso y en el otro, se nos invita a visitar los espacios del horror que los nazis instalaron en Polonia desde 1940 a 1945.
'El cartógrafo' nació tras un viaje que Juan Mayorga realizó a Varsovia en 2008. Allí localizó en una sinagoga de la capital polaca viejas fotografías de aquella época terrible. Quiso contemplar de cerca lo que había quedado de esos lugares y sucedió que ya no permanecía nada en pie. Solo pudo ver una piedra negra en la que se conservaba el nombre de algunas de las víctimas del exterminio hitleriano. La ausencia de otras huellas edificó la construcción de 'El cartógrafo'.
Dos son las etapas históricas retratadas, la correspondiente al pretérito imperfecto aludido y el presente, que recuerda. Y dos son los actores que encarnan de forma prodigiosa ambos calendarios, Blanca Portillo y José Luis García Pérez, adquiriendo las figuras de doce personajes.
Un anciano cartógrafo que está impedido se vale de su nieta a fin de que recorra las calles de la Varsovia ocupada por los nazis y le relate los acontecimientos que observe, a fin de darles dibujo para la posteridad, que se preserve la memoria del sufrimiento y la ignominia, de las víctimas y los victimarios. Ese es el material imperecedero que alberga 'El cartógrafo', sometido a un principio riguroso de objetividad. «No quiero oír cuentos, solo dime lo que has visto», exhorta el anciano a su descendiente.
La exposición itinerante sobre Auschwitz a la que nos referíamos ha padecido múltiples acosos previos a su inauguración por parte de los negacionistas del Holocausto. Y el comisario de la misma, el historiador holandés residente en Canadá, Robert Jan Van Peltm, ha explicado que es un empeño inútil debatir contra la irracionalidad». Por ello es más perentorio que nunca o tan urgente como siempre, levantar el velo de la verdad que guarda 'El cartógrafo'. Juan Mayorga escribió una vez que «el teatro histórico siempre dice más acerca de la época que lo produce que sobre la representada». Y ha de confiarse en que el texto, las interpretaciones soberanas, la escenografía de suelo negro que pone en pie 'El cartógrafo', sean mucho más representativas de nuestros almanaques que los miserables residuos de quienes emborronan tanto dolor en aquella Varsovia sometida a la cruz gamada o en cualquier otra latitud sufriente, de anteayer, de ayer o del presente.
El público despidió la función con una ovación llena de emociones. Hoy se podrá volver a aplaudir a Juan Mayorga, pues la Sala Club del Niemeyer acogerá a las 20.30 horas su obra 'Himmelweg'.
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