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M. F. ANTUÑA
GIJÓN.
Miércoles, 10 de marzo 2021, 03:03
Es arte y compromiso. El artista cántabro Eloy Velázquez lleva los últimos quince años empeñado en ponerle a sus instalaciones escultóricas todo el contenido social ... posible, toda la denuncia, toda la carne en el asador. Las ciudades destruidas por la guerra, los refugiados, las pateras han ido tomando las salas de arte. Ahora la mirada es otra: «La reflexión que hago es respecto a dónde nos llevan las tecnologías, el control que hay sobre nosotros», apunta. Y añade que habitamos un mundo digital que está cambiando nuestra forma de vida y eso nos lleva a transformar la esencia humana. «Entre Google, Facebook, Amazon están transformando el mundo», afirma. Y no niega que hay ventanas, pero no duda de que es un paraíso envenenado, viciado, nocivo, peligroso.
De eso va 'Paraíso panóptico', la instalación que ha creado para la capilla del Museo Barjola, que el viernes estrena este proyecto que más tarde se verá en Santander. Está pensada expresamente para ese espacio desacralizado y son muchas las piezas que componen el puzle. En el área destinada al altar se sitúan las llamadas puertas de la caverna digital. Es la obra central y busca rememorar la puerta de la habitación 101 de la distópica '1984' de George Orwell. Allí los rebeldes eran torturados hasta perder su identidad y convertirse al sistema. «En la actualidad la pérdida de identidad, el olvido de lo que somos, no se produce por la tortura, sino como resultado de la alienación a la que nos puede abocar el control social que imponen las tendencias que emanan del big data», apunta el creador, que compone su obra con once piezas que una vez acopladas dan como resultado una gran puerta de doble hoja de tres metros de altura. Dos relieves en la parte superior de cada hoja caminan hacia el mismo lugar: un denso grupo humano en una y el vaciado del mismo grupo en la otra. «Ambos relieves anuncian, con sendas puertas de entrada y salida, ese no lugar impersonal por el que transitamos ausentes». Presenta la instalación una serie dibujos que se meten en cajas de metacrilato, en una referencia al gusto actual de almacenarlo todo en cajitas de plástico, que configuran lo que el artista bautiza como 'Mercancia humana'. Sos seis retratos que forman una cruz. «Hay tres clases de retratos: la gente occidental, la del segundo mundo, y luego los viejos, los jubilados», revela. «Son los tres tipos de mercancías que las grandes empresas tecnológicas consideran, porque no cabe duda de que nos terminan buscando en grupos», afirma.
Otra de las piezas es una figura a tamaño natural en madera que representa la figura del 'influencer'. «Están destrozando a la juventud con ideas fuera de lugar, con la banalización del sexo, de la cultura», denuncia.
Unas ovejas, dos esculturas de carácter naturalista con su propia sombra recortada en césped natural, claman la evidencia: la denuncia del rebaño. Se sitúan en el centro de la capilla y hacen referencia «a esos 'no lugares' cada vez más frecuentes por los que vagamos sin ser conscientes de que estamos allí, absorbidos por una realidad que no es humana». Son grandes centros comerciales, estaciones, espacios en los que «aceptamos que nos lleven o nos traigan porque estamos como absortos».
La instalación incluye un vídeo en el que se escucha un discurso de Donald Trump al revés. La imagen de la cabeza del propio artista proyectada sobre una cabeza de madera lanza ese alegato completamente ininteligible. «Hace referencia a los troyanos, a estos predicadores de maravillas que están huecos y quieren crear un paraíso panóptico».
Dos ojos grandes de madera tallada, con un gran objetivo sobre la niña, nos observan. Todas esas cámaras y sensores que nos circundan y vigilan en el paraíso súper controlado que habitamos están ahí representadas. No hay escapatoria. Nos ven desde todos los ángulos.
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