Carmen Bermejo: «Se ha pasado de vivir la muerte a que sea algo aséptico»
La doctora en Historia del Arte, Carmen Bermejo, ofreció una charla sobre la evolución del patrimonio funerario en el Aula de Cultura de LA VOZ DE AVILÉS
La única certeza en la vida es la muerte. Sin embargo, el respeto por la misma y las maneras de entenderla han cambiado en la sociedad y, por ende, en el patrimonio funerario.
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Carmen Bermejo, doctora en Historia del Arte, se encargó de mostrarlo ayer en el Aula de Cultura de LA VOZ DE AVILÉS a través de la charla 'Una mirada al patrimonio funerario desde el velatorio al cementerio', en la que desgranó la evolución en la forma que como sociedad entendemos la muerte.
En su contexto la muerte para ella siempre ha sido «algo muy natural» que «nunca representó algo oscuro ni tenebroso, sino una realidad». Esa realidad hoy en día ha pasado a ser entendida de una forma aséptica, especialmente por parte de las generaciones más jóvenes.
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«Viven la muerte con mucha asepsia porque casi les obligan a pincharse bótox con 20 años, luego envejecer es algo horrible y no tienen la sensación de vivirlo de una manera cercana, como una realidad», señaló Bermejo, quien en su labor como docente no solo se encuentra enseñar sino «hacer a pensar y trabajar con el tema de la muerte es ayudar a pensar».
Así lo hizo con el público del Centro de Servicios Universitarios al que recordó que «una de las razones por las que somos y por las que existimos es para que nos recuerden». Dichos recuerdos se construyen al morir desde el ataúd hasta la lápida pasando por los rituales de velatorio y entierro o incineración.
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Precisamente los ataúdes fueron uno de los grandes protagonistas durante la ponencia, en la que Bermejo analizó su evolución a partir del siglo XVI cuando se imponen dando pie a un patrimonio «creado por vivos sintiendo lo que el muerto siente».
Se crean entonces estructuras donde la cabeza de los cadáveres se sostiene para no moverse y que evolucionarán siglos después a ataúdes con mirilla, sistema de apertura desde el interior y campana para evitar que se enterrase vivo a alguien. Posteriormente se impondrían los ataúdes de zinc, decorados a su alrededor con ornamentos que actualmente han derivado en países como Estados Unidos en estructuras con purpurina, ventilación o almohadas, dando lugar a «una producción seriada que tiene un sentido kitsch».
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«Recuerdo que antes se iba los sábados al cementerio a fregar la tumba de nuestros parientes. No íbamos a visitarlos, íbamos a limpiarlos. Viví la muerte de mis abuelos en casa y recuerdo como se velaba en casa. Me tocó ese cambio de generación donde pasamos de una muerte muy vivida a esas muertes que ahora prácticamente no se viven», explicó.
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