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Una llamada para realizar una charla en el Centro Asturiano de Sevilla desembocó en el libro 'Rubén Darío en Asturias', epicentro de la charla ofrecida ayer por el sacerdote gozoniego Julián Herrojo en el Aula de Cultura de LA VOZ DE AVILÉS que coordina Mercedes de Soignie.
Herrojo, actual párroco de El Cristo de las Cadenas, en Oviedo, aunque con un destacado pasado en Jerusalén, convirtió su gusto por la poesía de Rubén Darío en su niñez en un trabajo de investigación desde que hace unos años comenzó a dar conferencias sobre su paso por Asturias en diferentes centros asturianos del país. «La idea inicial era hablar de la obra de Rubén Darío, pero yo les propuse hacerlo sobre su paso por Asturias, porque sabía que había estado en el entorno de San Juan de La Arena, y a raíz de ahí salió este libro, donde he investigado sobre sus veranos en Asturias, todos los textos que escribió sobre la región y lo que le ocurrió aquí», comenta.
La primera estancia de Rubén Darío en Asturias data de 1905, cuando era cónsul de Nicaragua en París. «En su autobiografía cuenta que 'los ardientes veranos iba a pasarlos a Asturias'», sonríe Herrojo. «En esa época estaba de moda el famoso verano del norte. Coincide con los inicios de Salinas y, aunque no estaba al nivel de Santander o San Sebastián, sí que empezaba a venir gente importante a veranear a Asturias, por sus paisajes y su tranquilidad».
En todo caso, «Rubén Darío sería profeta en cuanto al destino de nuestra región, pues adelantó que algún día se llenaría de turistas. No se equivocó». Sus siguientes dos viajes serían en 1908 y 1909, ya como embajador en Madrid. «Contrariamente a lo que se piensa, Rubén Darío no escribió en Asturias 'Cantos de vida y esperanza', pero sí recibió aquí sus primeros ejemplares, los cuales le sirvieron para templar un poco sus ánimos después de conocer el fallecimiento de su hijo Rubén Darío 'Phocás'», que perdió la vida víctima de una bronconeumonía.
Este suceso, unido al de la muerte de su madre, «con quien siempre hubiese querido tener una relación más estrecha», que de los cuatro hijos que tuvo solo sobreviviera uno y el fallecimiento también de su primera mujer, acabaron con la muerte del poeta unos años más tarde, en 1916, víctima de cirrosis por su conocido alcoholismo.
Con todo, registrado queda en papel su presencia y amor por Asturias, que «tiene una deuda con Rubén Darío, uno de los mejores poetas que han existido. Su presencia aquí y la huella que supuso no debe perderse», concluye Herrojo.
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