Laura Castañón, escritora: «Los derechos adquiridos se pueden perder fácilmente. Crees que son inamovibles y no es así»
La narradora presenta este jueves en el salón de actos del Antiguo Instituto 'La geometría de la memoria', con el Aula de Cultura de EL COMERCIO
Laura Castañón presenta esta tarde (19 horas) su nueva novela 'La geometría de la memoria' en el Antiguo Instituto de Gijón. Lo ... hará rodeada de amigas lectoras en un acto apoyado por el Aula de Cultura de EL COMERCIO. Antes nos habla de esta historia de dos mujeres y sus respectivas memorias.
–¿Hay una geometría de la memoria?
–En este caso, a medida que iba escribiendo me di cuenta de que la memoria de las dos protagonistas, Elsa y quien fue su profesora de Formación de Espíritu Nacional, Violeta , era como dos líneas paralelas, pero a diferencia de lo que ocurre con este tipo de líneas, las suyas había momentos en que se cruzaban, dibujaban una geometría.
–¿En qué punto se encuentran?
–Sucede en el curso 76-77, que fue el último en que se impartió Formación del Espíritu Nacional. Desaparece porque en el 77 son las primeras elecciones democráticas. Ambas coinciden en ese punto, que es el del fin de la vida profesional de Violeta y el inicio de una vida nueva para Elsa. Una simboliza el fin del mundo antiguo y la otra el comienzo de uno nuevo.
–Hay otro engarce generacional y es el de Elsa con sus hijos. ¿Es clave también, no?
–Claro, ella tiene una hija que es completamente facha y un hijo de extrema izquierda, las dos Españas en casa. La polarización, que es un elemento muy actual, Elsa lee cómo la vivió Violeta en sus memorias: la revolución del 34, la guerra y eso lo tiene ella ahora en casa. Y me parecía importante también destacar la generación de Elsa, que es la de quienes fuimos adolescentes en la Transición y que ingenuamente creímos que llegaba la democracia y que ya estaba todo hecho. La generación anterior se había batido en las calles y había logrado traer las libertades. Y como ya estaba todo hecho mi generación se dedicó a otras cosas, a estabilizar un empleo, tener una casa, una familia.
–Y no estaba todo hecho...
–Con el tiempo y las generaciones posteriores vas descubriendo que no lo estaba y que los derechos adquiridos se pueden perder fácilmente. Crees que las cosas son sólidas, inamovibles y no es así. Ese es un descubrimiento al que va llegando Elsa y para el que le sirve mucho leer el cuaderno de su antigua profesora.
–¿Violeta es el personaje más complejo?
–Sin duda. Es una mujer aparentemente muy gris, muy poca cosa, pasa inadvertida, pero es compleja y ya el hecho de que escriba sus memorias invita al lector a captar esa complejidad.
–Va más allá del prototipo que podemos tener de una señora de la Sección Femenina.
–Es que, aparte de las dirigentes que venían de dónde venían y de muchas otras que sí sabían perfectamente lo que querían, ya sabe, crear mujeres para que fueran ángeles del hogar, las había creyendo que lo que hacían era bueno. Violeta básicamente tiene buena voluntad y su proceso incluye ir entendiendo a lo largo de los años que igual no era todo como ella creía. La vida que lleva luego en democracia le enseña otras cosas.
–Como en toda su obra aquí también confluyen memoria personal y colectiva, un contexto histórico para los personajes.
–Me interesan mucho las individualidades, naturalmente, porque además son las que te permiten acceder realmente al alma, pero están inscritas en un contexto social mucho más general que me parece interesantísimo y me parece primordial y absolutamente necesario ponerlo de manifiesto, Siempre hay una individualidad y una colectividad en todo lo que escribo, más allá de lo que es el nuevo marco referencial, el puro paisaje.
–En esta novela y en el caso de Elsa, vuelve a ser el que mejor conoce, el de las cuencas.
–Hay muchas formas de haber vivido la transición. Sin que la novela tenga absolutamente nada que ver conmigo –no es autobiográfica en absoluto–, las circunstancias, el marco sí lo situé en lo más próximo, Elsa vive su adolescencia en un pueblo de la cuenca minera, de nombre ficticio pero que podría haber sido en el que yo pasé mi bachillerato, un escenario con sus propias características, en el que estabas un poco lejos de donde pasaban las cosas. Veías a los mayores que iban a Oviedo a las manifestaciones, a veces llegaban con golpes y entonces sí éramos conscientes de lo que pasaba, pero lo vivíamos como espectadores. En todo caso el miedo nos llegaba, recuerdo el impacto del atentado de los abogados de Atocha. Lo vivíamos también con ilusión hacia el futuro. Pero el miedo estaba ahí.
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