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Miguel Rojo
Viernes, 21 de febrero 2025, 01:00
Comienza la última novela ganadora del premio Café Gijón, 'El final del bosque' (Siruela) de la argentina María Fasce, con una pequeña trampa, un ... spoiler voluntario en el que se nos anticipa que en el libro va aparecer en algún momento un tal Ernesto tendido en el suelo de un bosque, quizás muerto… Un truco para retener a un posible lector perezoso y que siga adelante hasta descubrir qué le sucedió al Ernesto de marras, si está muerto o no... Un juego literario del que María Fasce podría prescindir perfectamente porque la novela posee un endiablado ritmo interior que nos impide salir de ella atrapados desde la frase inicial de lo que ya sí es el primer capítulo: «Era la hora en la que enloquecían los pájaros».
Cuando una novela comienza con algo así, lo mejor es arrellanarse en butacón y dejarse llevar felizmente ya entregados a la magia de la palabra. (¿A quién le importa entonces saber cuál es la hora exacta en que los gorriones se vuelven majaras?)
Tres hermanos deciden juntarse en la antigua casa familiar situada en un bosque para reencontrarse con su pasado, pero también con su presente más desconocido. Hablamos de una familia burguesa. Lola, la hermana mayor y voz en la novela, arrastra una vida tocada por la enfermedad mental; Juana trata de que aquella reunión no se vaya al traste adoptando la postura protectora de una madre; y por último, Andrés, el hermano menor sobreprotegido y caprichoso, intentando ejercer de 'machito' cuando en realidad es el más débil de todos.
Los hermanos cargan a la espalda con un pasado de rupturas amorosas y desencuentros, con hijos que ya se están yendo de casa, y el recuerdo hacia unos padres que, de alguna manera, siguen siendo unos de los puntos sobre los que pivota la novela; el otro sería lo que se ha llamado 'la novela familiar', tan freudiano todo, esa suma de relaciones obligadas (nadie escoge a su familia) entre los distintos miembros de la familia: padres e hijos y demás apéndices engarzados todos ellos como los eslabones de una cadena a su pasado en común... Y entonces aparecen el amor y el hombre tirado en el suelo del bosque y el libro parece –sólo parece- adquirir tintes de novela negra.
María Fasce, con su prosa elegante y próxima, nos sumerge en una historia de complejidad estructural donde se mezclan tiempos y voces, registros distintos, y giros sorprendentes que nos mantienen pegados a la trama para no perdernos en el laberinto que cualquier familia representa. Como si toda la novela no fuera más que un gran cebolla con sus múltiples capas, Lola, una de las hermanas y voz narradora, va quitando esas capas que los cubren a todos, individualizándolos como si los desnudara, para adentrarnos en la complejidad de las relaciones familiares, un arborescencia que crece y se multiplica hacia el interior, hacia un pasado común que, de alguna forma, explica los comportamientos presentes, las neuras y frustraciones de las que todos están hechos, también del amor. La familia c'est moi.
'El final del bosque' conmueve y te arrastra a la manera de los «torrentes reposados», feroz y relajante a partes iguales, poblada de sueños y pesadillas, hipnótica como los son las palabras del mago (María Fasce, en este caso) que sabemos juega con nosotros descubriéndonos en cada uno de los breves capítulos una pista de este pequeño puzzle que es 'El final del bosque'; todo ello bajo una atmósfera literaria que impregna la novela con la mención de reconocidos escritores o pintores, títulos de libros o reflexiones que nos hacen un poco más sabios. No en vano, Lola (al igual que la autora María Fasce) trabaja como editora en España y sabe del mundo de las letras.
Curiosamente, al final de 'El final del bosque', el lector tiene la vaga sospecha de que no hay final porque, de alguna manera, los bosques familiares nos han de perseguir o acompañar, allá según cada cual, durante toda la vida.
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