Un escritor sin papeles
FULGENCIO ARGÜELLES
Jueves, 17 de abril 2025, 02:00
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FULGENCIO ARGÜELLES
Jueves, 17 de abril 2025, 02:00
Me resulta difícil analizar una obra sobre la que tanto se ha escrito, una narración breve señalada con miríadas de simbolismos o significados. Alegoría de ... la libertad, se ha dicho, o manera poética de sobreponerse a la trágica realidad; exaltación del refugio contra los totalitarismos; simbología del apátrida, del exiliado, del ‘sin papeles’; enardecimiento de la candidez o la pureza de espíritu; delirio de la bondad; leyenda satírica de carácter religioso; traducción intelectual y parabólica del cuento de hadas o apología de la redención. Son sólo algunos aspectos considerados. En la narración, el protagonista, Andreas Kartak, un polaco alcohólico sin trabajo y sin papeles, vive bajo los puentes del Sena. Joseph Roth (cuando escribió este relato, meses antes de morir) vivía en un hotel pagado por amigos como Stefan Zweig, estaba alcoholizado y no tenía papeles, pues se había quedado sin patria, ya que su Galitzia natal, que pertenecía al imperio austrohúngaro, tras la primera guerra pasó a ser territorio polaco. Este indigente se topa con un personaje misterioso y rico que le presta doscientos francos con el compromiso de que, cuando pueda, se los devuelva a santa Teresita de Lisieux, en Sainte Marie des Batignolles. Los movimientos que se producen en la conciencia de Andreas a partir de ese momento y las dificultades que encuentra para cumplir la promesa conforman el argumento de este maravilloso relato en el que conviven, a veces con armonía y otras en dramática contienda (como en muchas de las grandes obras literarias) la fantasía y la realidad. Para mí, lo esencial de la obra es la dignidad del personaje, su honorabilidad, su intento desesperado por sostener estas cualidades más allá de la miseria, del pecado y de la falta de voluntad. La grandeza de esta breve (pero grande) obra maestra se manifiesta en sus múltiples lecturas, en sus numerosos y ocultos significados. Joseph Roth (Galitzia, 1894 - París, 1939) fue uno de los escritores grandes del siglo XX. He leído varias obras de Roth y todas me han asombrado y han merecido mi mejor consideración. Recuerdo especialmente, ‘Job: historia de un hombre sencillo’ (poema novelado, sublime como una revelación). ‘O Fresas’ (memorias tristes y dispersas escritas en las tabernas de París). O ‘El profeta del mundo’ (novela reconstruida sobre Tronski, un hombre revolucionario y solo). O ‘Zipper y su padre’ (el caldo activo de las contradicciones). O su lúcido ensayo ‘Judíos errantes’. Y tantas otras. En todas ellas los sentimientos conforman los argumentos. Roth fue un hombre perseguido y sus obras fueron quemadas. Flotando entre crisis personales y políticas, conoció el éxito. Su familia desapareció en los campos de concentración. Vivió la esencia de la contradicción y fue enterrado en París, en una extraña ceremonia en la que había judíos, católicos, comunistas y monárquicos. Él había brindado por todos ellos.
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