El Jovellanos reabre el patio de butacas con Valle Inclán
ANA RANERA
Sábado, 18 de julio 2020, 02:19
El patio de butacas dejó ayer, por fin, de estar vacío después de cuatro meses inciertos en los que los días y las noches transcurrieron en el Teatro Jovellanos entre el silencio, la oscuridad y el desasosiego. Desde aquel 11 de marzo en que anunciaron su cierre, las luces permanecían apagadas a la espera de que alguien necesitara de ellas para iluminar sus historias. Fue 'Las Bárbaras', el 7 de marzo, la última obra teatral en representarse hasta ayer que, por fin, aunque fuera de distinta manera a la que hasta ahora acostumbrábamos, el Jovellanos abrió sus puertas y el público gijonés respondió completando prácticamente el aforo en el tan esperado regreso del teatro a nuestra ciudad.
Fue la compañía asturiana Teatro del Norte la encargada de reanudar la programación con 'El retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte', de Ramón María del Valle Inclán, que repetirá esta noche. Y en este reencuentro se mezclaron las emociones que provocó la obra con la ilusión de estar de vuelta. Eso sí, en esta ansiada vuelta solo había hueco para un centenar de espectadores, todos sentados en el patio de butacas -y con los asientos inhabilitados cubiertos por plástico- para evitar aglomeraciones.
El teatro abrió sus puertas con una hora de antelación para asegurarse de que la calma imperaba y de que se respetaban todas las medidas de seguridad. Las entradas y las salidas estuvieron organizadas por el personal de la sala, que ubicó a todos los espectadores en sus asientos para que nada enturbiara la magia que conllevaba ese momento. Con la mascarilla durante toda la representación, lavado de manos y registro de cada asistente, ya estaba la seguridad garantizada y solo quedaba disfrutar. Entre los que pasaron el trámite previo, la alcaldesa de Gijón, Ana González
Cuando se apagaron las luces, por fin, y comenzó el espectáculo, la magia se había apoderado ya de un lugar que llevaba demasiado tiempo callado, lo que arrancó, rápidamente los aplausos espontáneos de un público que había echado demasiado de menos estar allí sentado.
Durante algo más de una hora, sobre las tablas se sintió el conjuro de este esperpento en el que los instintos se impusieron entre la brujería, la superstición y los pecados capitales. Las miserias humanas quedaron patentes a lo largo de la obra que entre tanta extravagancia robó primeros unas risas tímidas, que poco a poco se fueron animando hasta concluir con un gran aplauso, que fue correspondido por los actores desde el escenario.