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MARÍA LASTRA
Miércoles, 27 de agosto 2014, 00:25
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Unas pocas bombillas sobre el escenario iluminan la sala, mientras Jacobo de Miguel improvisa una pieza de jazz al piano y Ana Laura Barros pone voz a uno de los muchos fragmentos de Julio Cortázar. La ciudad homenajea al famoso escritor la tarde del 26 de agosto cuando se cumplen 100 años de su nacimiento en Bruselas, pocas semanas después de que la Gran Guerra diera comienzo. En la sala Cajastur el lleno es total.
La música deja de sonar y sobre el escenario aparecen los escritores Javier García, Ricardo Menéndez Salmón y Rodrigo Fresán, dispuestos a reflexionar sobre la importancia de Cortázar en la literatura. Junto a ellos, Eduardo San José modera el coloquio. Todos coinciden en algo: el famoso escritor fue «un autor fuerte, poliédrico, capaz de romper las convenciones del lenguaje literario».
García es el primero en comenzar a hablar. En el barrio de los Pajarillos, donde creció, este pucelano de corazón ovetense conoció a Cortázar y comprobó de primera mano que los libros tal y como él deseaba «podían no tener fin». Esto fue posible gracias a 'Rayuela', la obra con la que el autor revolucionó la literatura y en la que Javier García descubrió que «el lector puede ser también protagonista y que el cruce entre el mundo real e imaginario puede ser posible», algunas de las características más admiradas del famoso escritor.
Y es que, como dice el argentino Fresán, «Cortázar no solo es un apellido, sino también un adjetivo». Para ello hace falta un largo recorrido, y ser capaz de provocar sensaciones, «entre otras la de ser feliz». Freisán no tiene dudas: «De todos los fantasmas posibles, Cortázar es el que menos me asusta y el que más me divierte». Quizás porque lejos de la literatura para adolescentes que muchas veces se le achaca «sus palabras producen felicidad y dan ganas de escribir y de leer».
Sin embargo, Menéndez Salmón reconoce que su relación con el escritor homenajeado «es difícil y se ha debilitado» con el paso de los años. Aunque aún recuerda «sufrir el impacto de su lectura a los 18 años y quedar deslumbrado». No es el único.
En la misma sala los niños disfrutan de la música y los títeres, apenas unos minutos después de que en la plaza de Porlier dibujaran sus cascayos. Pero el homenaje no termina. Con la noche ya instalada, el Café Paraíso acoge un club de la serpiente, como aquellos en los que Horacio y La Maga eran protagonistas. El inventor de los cronopios, «un dibujo fuera del margen, un poema sin rimas», brilla durante 24 horas en Oviedo.
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