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El escritor ovetense Miguel Ángel Gómez.
«Todos somos plagiarios. Nacer es un plagio»

«Todos somos plagiarios. Nacer es un plagio»

Miguel Ángel Gómez Escritor

DIEGO MEDRANO

Miércoles, 19 de octubre 2016, 00:33

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Miguel Ángel Gómez (Oviedo, 1980) es un «obseso textual» a tiempo completo. Publica su primer poemario, de fuerte aroma francés y pulso erótico: 'Monelle, los pájaros' (Los Libros del Gato Negro, Zaragoza). Atrás quedan los numerosos accésit, las diversas antologías o su presencia en revistas literarias de diferente calado ('Clarín', 'Anáfora', 'La ignorancia'...). Confiesa no haber publicado ni un séptimo de lo que aún guarda inédito y admite, sin fisuras, que «no hay más vida que la literaria».

Parece unir a Marcel Schwob ('Libro de Monelle') con Francisco Umbral ('La bestia rosa'). Una fantasmagoría con erotismo alrededor de una soledad muy francesa y sofisticada.

Yo soy muy como Kubrick, de picotear en diferentes estilos: la línea del Rimbaud umbraliano que habla en su silencio, y la de Monelle, bella y triste, que tradujo Luna Miguel. Pero yo no soy Luna, como se quiere ver, no soy detective salvaje, no vendo lámparas ni he tenido seis u ocho gatitos.

El poemario, por instantes, resulta desgarrador y cobra especial brío el canto a lo perdido, a la amada como pérdida. A la amada que construye tanto como destruye.

Todos los 'menoreros' estamos enamorados de la musa blanca Monelle. Se canta a lo perdido, decía Machado. Se canta a la memoria perdida. Es una estética agotadora, pero como reza el gran pronóstico heraclitano: todo vuelve, incluso las ninfas rebeldes.

Llaman la atención las enumeraciones, de cariz surrealista, con un culteranismo muy vivencial, donde hasta se personifican los animales...

Me gusta mucho cierto culteranismo, desde joven. Gimferrer y por ahí. Y amo las enumeraciones líricas que son como listas de la compra. Por otra parte, son días de ser gato. Los gatos saltan edificios colosales, caen sobre el silencio o sobre la grieta del filósofo.

El juego con el frío, el juego con la cotidianidad del amor, con los objetos inverosímiles, bragas o calcetines, y la música clásica, Mahler o Mozart, perfilan el conjunto...

Eso es. Lapiceros de colores. Paula Bonet. Mozart precoz y Mahler transgresivo. Perfume del insomnio. Nesquik, mucho nesquik. Todo es una observación de la ninfa, de su verdadero nombre, el que yo sé, para mí la ninfa es un ser infinitamente observable.

Es su primer libro como tal, ajeno a menciones o antologías de carácter colectivo, defina su poética del modo más salvaje posible.

Mi poética, lo he dicho muchas veces, «es una gabardina en la que llevo toda la cultura gratis que puedo, porque la gabardina es inmensa». Y perdón por la paráfrasis de Umbral en la que me incluyo, nos incluimos, porque todos somos plagiarios. Nacer es un plagio.

Whitman lo cantó: «Yo soy inmenso, contengo multitudes». Usted lo subraya de otro modo: «Monelle siempre me dice que tengo mil rostros, / que expulso lo que escribo, / que soy una multitud / y que soy yo / y que no soy yo».

Tengo una multitud sentimental a la que adoro y perdono antes de que me perdone o condene ella a mí. Lo que quieren mis yoes ultrajados, golpeados, bravos como un púgil de Hemingway, es que yo diga cosas sencillas y valientes, salir al exterior, amar a Monelle.

Identidad y búsqueda parecen mirar hacia el mismo lado. La amada construye al amante, podría ser el juego retórico de todo el conjunto...

La amada construye al amante. La ilustración de la niña Monelle de Sara R. Cabeza tiene solidez. Uno, modestamente, cree que su realismo mágico construyó al amante, cuya cualidad es la escritura. Si dejo de escribir, Monelle, erótica, ilegible, como la Claire misteriosa y carnal de 'La vida interior de Martin Frost', comenzará a enfermar.

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