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Jueves, 22 de marzo 2018, 00:12
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Con balcones al mar
y a la nostalgia olímpica
- Javier Bozalongo -
El hogar de un guerrero huele a tierra quemada
a la luz de repúblicas extrañas.
Si me detuve aquí, fue por azar,
o empujado, tal vez, por la fatiga
invisible, que crece violenta con la edad.
Tanta sangre en las manos, tantos muros
a escombro reducidos, tantos años
soñando con oscuras tempestades.
Regálame vivir frente a tu biblioteca
y poder visitarte cada día.
Estudiar cada noche indiferente
la efímera extrañeza a la que aspira
toda belleza, la palabra lluvia
ardiendo en el aliento de un dragón.
El inerme rubor de una caricia
de la lengua, del labio entre los dientes,
servirá
para abrirnos las puertas de otro sueño.
Agitaré las sombras con tu aurora
(será tan fácil como robar versos
de escritores sin nombre).
El hogar de un guerrero huele a tierra quemada.
Que nos alcance el alba en las afueras
de una ciudad que nunca será nuestra.
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