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En camisa de once varas

A finales del año 1909, los excesos producidos en la apertura de un tonel de sidra propiciaron una reyerta de consecuencias mortales y casi vodevilescas muy cerca de Villamanín, en Somió

Domingo, 7 de enero 2018, 00:55

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Tanto efecto había hecho la sidra nueva del chigrero Silvestre que Morís no se dio cuenta para nada, pero para absolutamente nada, de lo extraño de la escena. Tumbado en una charca de agua helada, a la vera del lavadero, el 'Travieso' frotaba ansiosamente un cuchillo enorme, perdido de la sangre que hacía apenas media hora había bombeado el corazón del 'Ligerito'. Alfredo y Agustín, Agustín y Alfredo. 'Travieso' uno, 'Ligerito' el otro. Uña y carne de las tabernas y de cada espita que se abría en los chigres del extrarradio gijonés, jóvenes y apuestos ambos, con sendas vidas por delante que ahora se partían en mil pedazos por una discusión banal. Tres cuchilladas le había asestado el 'Travieso' a su rival, antes amigo, y la sangre del 'Ligerito' se diluía ya en el agua del charco.

Aquella noche todo cambió. Morís fue testigo. Lo que había empezado como una agradable excusa para la pitanza acabó como el rosario de la aurora. Ocurrió en Somió, tras la apertura de un tonel de sidra nueva con selectos invitados: solo una decena de personas fueron las asistentes aquella noche a donde Silvestre. A finales de 1909. «El crimen de ayer», rotulaba en cuarta plana EL COMERCIO, con gruesas letras dignas de una noticia que a partir de entonces trascenderá en la sociedad gijonesa, que se hará viral, si acaso sea ese adjetivo fuera utilizable más de un siglo atrás desde nuestros días.

Fue muy popular, en efecto, el crimen del 'Travieso', pero también muy simple. ¿La razón? La habitual en las reyertas de taberna: ninguna. Aquella tarde, 'Travieso' se había encontrado con 'Ligerito' en la apertura del tonel y ninguna causa comprensible tuvo para que, pocas horas más tarde, este decidiera estamparle una bolsa de manzanas en la cara. Varias manzanas, que ni siquiera una, y con la aceleración digna del brazo de un obrero fuerte. Calculen. «¡Quién te mete en camisa de once varas, si tú no eres nadie!». Así había quedado la cosa cuando Morís, Silvestre y los otros dos decidieron cambiar de ambiente y dirigirse a la parada de tranvía de Villamanín, para bajar a la villa.

Fue allí donde el 'Travieso' apuñaló a su agresor. «De repente», dice el reportero de EL COMERCIO, «oyéronse varias blasfemias y luego un ruido de dos cuerpos que se golpean furiosamente». Y tanto: tres veces metió y sacó un cuchillo de desproporcionadas dimensiones el 'Travieso' en el pecho de Agustín 'Ligerito' y a este, obviamente, no le dio tiempo ni a chillar. Ni tampoco a los testigos. Morís, invisible secundario de nuestra historia hasta ahora, fue advertido del suceso por Silvestre, el primero que vio lo que ocurría. «¡Este hombre está muerto, lo mataron ahora mismo!», había gritado el chigrero, desesperado, a Morís, sentenciándolo: fue que 'Travieso' oyera a Silvestre dirigirse a él para que el recién estrenado criminal decidiera que, a partir de entonces, Morís le acompañaría como si fuera su propia sombra. «Tú caminas a mi lado. ¿Lo oyes? Si no lo haces...», y bajó el tono de voz el 'Travieso', como si no quisiera que le oyeran quienes le acababan de ver matando a un hombre, «te mato».

Y empezó la noche. A Morís le costaba caminar, pensar y mucho más esconderse de aquel homicida que, con el paso de las horas, iba creciéndose cada vez más. El 'Travieso' le obligó a ver cómo lavaba el cuchillo, a invitarle a una sidra que no pudo llegar a tomarse entera de puro borracho, a acompañarle en las amenazas a la tabernera que se la acababa de servir y a pagarle el tranvía al centro. Podrían no haberle encontrado nunca si no fuera porque, en aquellos tiempos, no funcionaban como debieran los transbordos: el tranvía que salía de Villamanín acababa a las ocho y media su turno y a las ocho y media que se fue a las cocheras, con los hombres a bordo.

«Suspendieron, pues, su viaje, y fueron a situarse bajo un árbol, frente a las cocheras, en espera de otro tranvía que los condujese a Gijón». Allí fue donde los vio un cabo de la Guardia Civil, Geijo, que se dirigía al cuartel de La Guía. Cuando llegó, los guardias civiles ya hablaban animosamente del crimen recién ocurrido y de la necesidad de capturar al criminal. «¿No será un mozo de regular complexión?» Sí. «¿Alto?» También. «¿Moreno y de bigote negro?» El que viste y calza. «Pues acabo yo de verlo». A pesar de todo, al 'Travieso' -y a su inseparable, por la fuerza, Morís, que por fin se vio librado del tormento al llegar a la villa- le había dado ya tiempo de coger el transbordo hacia Gijón, a llegar a su casa y a contarle la hazaña a su mujer.

Ella, dirían después los diarios, trabajaba como criada para el 'Ligerito' y su señora y no recibió de buen agrado la noticia que, además, en su caso era doble: 'Travieso' aseguraba, ahora, haber matado a Agustín, pero también a la esposa de este, y se reía a carcajadas ante el espanto de su mujer. Allí, en su casa, en el 35 de la calle de San Francisco de Paula, llegaron los guardias poco tiempo después, cuando el 'Travieso' dormía ya la mona.

Así se acabó su aventura. El doce de marzo de 1911, casi año y medio más tarde, el 'Travieso' fue juzgado en un proceso que mereció portada para EL COMERCIO y el debut para Francisco Menéndez, el abogado defensor. Ni siquiera este pedía la absolución del 'Travieso', consciente de que la culpabilidad pesaba demasiado sobre el procesado. Cinco mil pesetas de indemnización a la familia del 'Ligerito' y doce años y un día de prisión supusieron el desenlace de una historia tan triste como absurda en sus motivaciones y, aparentemente, también el fin de la vida del 'Travieso', del que nunca más se volvió a saber. ¡Menuda una noche de aventura!

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