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José Luis García Martín
Viernes, 23 de mayo 2025, 02:00
¿Basta editar un libro en una colección de clásicos para que se convierta en un clásico? ¿Conviene anotar una obra contemporánea que se publica ... por primera vez completa como si se tratara del 'Quijote' o de 'La vida es sueño'? Estas cuestiones nos plantea 'De una edad nunca vivida', unas fragmentarias memorias de infancia (y algo más) publicadas por Fernández Vázquez, profesor universitario, y Triviño Anzola, narradora y profesora colombiana, ambos discípulos y amigos del autor, Jorge Urrutia, quien ha colaborado activamente en la edición.
De las más de doscientas notas que interrumpen la lectura de los breves capítulos, sobran unas doscientas. Baste un par de ejemplos. Se enumera en el texto a «Cervantes, Manrique, Blas de Otero, Aleixandre». Y los anotadores nos aclaran a pie de página: «Manrique es el poeta medieval Jorge Manrique; Blas de Otero, célebre poeta de posguerra; Aleixandre, se refiere al premio nobel de la generación del 27». Menos mal que tienen la deferencia de no aclararnos quién es Cervantes. ¿A qué tipo de lectores pensarán que se dirigen? ¿A alumnos de primaria o a adultos de dentro de trescientos años?
En el mismo párrafo, se menciona a Molière y la nota correspondiente dice: «Jean-Baptiste Poquelin (1622-1673), el célebre dramaturgo francés que firmaba como Molière», que es como anotar el nombre de Azorín para informarnos que se trata de José Martínez Ruiz, «el célebre escritor español que firmaba como Azorín». También se nos aclara que Marlon Brando «es un célebre actor estadounidense».
Otras notas son más sustanciosas. Aparece la sopa de picadillo y los aplicados anotadoras no dudan en ofrecernos la receta: «La sopa de picadillo, típicamente andaluza, lleva entre los fideos carne de pollo y huevo duro convenientemente picados. También puede llevar un chorrito de vino de jerez».
Un «chorrito de sentido común» no le vendría mal a quien se dedica a editar y anotar textos ajenos, sobre todo si son profesores universitarios de literatura, supuestamente especialistas en la materia.
De una edad tal vez nunca vivida se publicó por primera vez en 2010, «en una colección dedicada exclusivamente a la poesía, lo que sin duda limita el público», según los editores. Ahora, completada con cinco capítulos inéditos, lo hace en otra dedicada a los clásicos –también a los clásicos contemporáneos y a alguno que sueña con serlo– que me temo limitará más el público.
La mitad de las páginas del volumen la constituye la biografía del autor y un análisis minucioso de su obra en prosa y verso. Jorqe Urrutia, nacido en 1945, es hijo de Leopoldo de Luis, represaliado del franquismo y uno de los poetas destacados de los años de posguerra. Catedrático universitario, director del Cervantes de Lisboa, estudioso de la literatura y de las relaciones entre cine y literatura, en los años setenta, escribió una poesía influida por las teorías lingüísticas y semióticas entonces de moda que ha envejecido mal. Luego, como Carnero o Talens, cambio de rumbo, se acercó a campos más experienciales y menos experimentales, pero nunca se le tuvo muy en cuenta en recuentos y antologías. El poeta quedó un poco desdibujado detrás del investigador.
Estas memorias familiares están formadas por breves capítulos que muy a menudo se aproximan al poema en prosa. El modelo inicial está en 'Platero y yo' (Jorge Urrutia es uno de los mayores especialistas en la obra de Juan Ramón Jiménez), pero también dejan su huella otros autores, de Cernuda al Blas de Otero de Historias fingidas y verdaderas. Muchas de esas piezas breves tienen valor independiente, pueden leerse como poemas de rara intensidad. «El ciego sol se estrella en las duras aristas de las almas» comienza «Canción de gesta', reescritura de uno de los más conocidos poemas de Manuel Machado.
Jorge Urrutia nos habla de un tiempo sombrío, el de la posguerra española, y de dos lugares, el Madrid de la familia paterna, y un pueblo andaluz, Jimena de la Frontera, lugar de nacimiento de la madre y en el que pasó los veranos de su infancia. Abundan los recuerdos de la guerra, oídos contar a la madre (el padre, combatiente republicano luego encarcelado, prefería no hablar de ella). Hay costumbrismo, protesta, lirismo y un sorprendente entramado de citas literarias, de versos ajenos que sirven para explicar la propia vida.
Del abuelo paterno del escritor, Alejandro Urrutia, un personaje singular que aparece en varios capítulos del libro, se habla mucho en el prólogo y en las notas; también se menciona repetidas veces a Francisco Umbral, pero se calla la relación entre ambos, descubierta y hecha pública por el propio Jorge Urrutia. Umbral, que siempre fantaseó sobre su padre desconocido, era hermano de Leopoldo de Luis. Esa historia, con toques de melodrama, quizá se cuente en uno de esos textos inéditos que los editores quisieron incorporar a esta obra y que el autor prefirió dejarlos para otra ocasión.
No importa que algunos capítulos parezcan necesitar alguna reescritura, como el que teoriza sobre la lengua materna, o estarían mejor en otra obra, como 'Memorial de Santa Helena'. Importan más los aciertos de sutileza, sabiduría y emoción. Hasta este libro se podía tener alguna duda sobre si Jorge Urrutia, benemérito estudioso de la literatura española, formaba parte de la literatura española o si podían aplicársele los versos que, con falsa modestia, escribió Cervantes: «Yo que tanto trabajo y me desvelo / por parecer que tengo de poeta / la gracia que no quiso darme el cielo». Cualquier duda desaparece con 'De una edad tal vez nunca vivida', un libro que aún espera una edición adecuada en la que el texto sea el protagonista y no un San Sebastián acribillado de notas, un pretexto para que los editores luzcan su erudición o simplemente hagan el ridículo.
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