A la urgencia de estas palabras de despedida le seguirá la memoria larga, el recuerdo permanente, la gratitud que no cabe en ninguna frase, ni siquiera en esos abrazos tuyos en los que me encontré tantas veces. Esta urgencia de la despedida distante, sin flores y sin besos, con este nudo en la garganta que duele, que secuestra todas las palabras y nos deja a todos sin voz con qué decir cuánto te quisimos.
Publicidad
Guardo imágenes tuyas, como cromos de esa otra vida que tuvimos antes de que la dictadura del bicho microscópico nos atara de pies y manos, arrancara vidas, cambiara nuestra existencia. Te recuerdo el último día de una Semana Negra, el primer año que acudiste a ella cuando ya eras vecino de esta ciudad, y la alegría con la que despedías a los escritores que se marchaban a Madrid en autobús: «¡Váyanse, váyanse!», decías, «¡Que yo me quedo en Gijón!» Y yo me sentía feliz, porque la ciudad te había ganado y eso se tradujo en tantas conversaciones, en tantos encuentros, en tantos abrazos. Tengo la memoria llena de frases y de historias, de tus visitas a mis clases y del modo en que hechizabas al auditorio contando. Porque el silencio reverencial, la atención que conseguías cuando empezabas un relato, solo se puede atribuir al talento extraordinario para contar y a la magia de la palabra.
He aprendido mucho de ti a lo largo de tantos años ya. Y quedan, claro, tus libros. Pero el nudo sigue apretándome la garganta, porque sé que te llevas muchas más aún, muchas palabras que quedaron por escribir, muchas historias que quedaron por contar: las de aquellos derrotados que con tu compromiso inquebrantable quisiste siempre contar, y en cuya orfandad hoy nos reconocemos todos los que te admiramos, todos los que te queremos.
1 año por solo 16€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión