Uno de los nuestros

Hay embajadores que no pertenecen a ningún cuerpo diplomático, pero tienen la capacidad de sembrar complicidades y afectos por las cuatro esquinas del mundo

miguel barrero

Viernes, 17 de abril 2020, 16:04

Es habitual que uno vea con más claridad las cosas que tiene cerca en cuanto toma distancia. Desde la lejanía adquiere su verdadera dimensión aquello que, por próximo, acostumbramos a dar por consabido o juzgamos tan rutinario como, llegado el caso, prescindible. Cuando hace unos meses anduve viajando por distintos países de Latinoamérica, siempre se me preguntaban dos cuestiones en cuanto salía a colación mi procedencia gijonesa: si no era en mi ciudad donde se celebraba la Semana Negra, si no era en esas mismas calles donde vivía Luis Sepúlveda. Hay embajadores que no pertenecen a ningún cuerpo diplomático, pero tienen la capacidad de sembrar complicidades y afectos por las cuatro esquinas del mundo, sin que lo impidan ni la dura terquedad de las fronteras ni el distanciamiento abisal de los océanos.

Publicidad

Sepúlveda se afincó en Gijón en el verano de 1997 –yo estuve presente la tarde en que, en plena mudanza, llegó tarde a su comparecencia en la Feria del Libro, desorientado por nuestro entrañable aquelarre urbanístico–, pero hacía tiempo que era uno de los nuestros. Empezó a serlo cuando a finales de los ochenta el premio Tigre Juan puso en órbita a aquel viejo aficionado a las novelas de amor, y fue ratificándolo con su participación, verano tras verano, en las veladas noveleras que se celebraban por aquel entonces a orillas del Piles. Su decisión de avecindarse en la ciudad no era más que una consecución lógica del viaje que ya había iniciado en su juventud chilena. Una tierra como ésta, que sabe lo que es pagar el precio de oponerse a los totalitarismos, no podía ser mal refugio para alguien que tuvo que purgar con la cárcel su defensa de la libertad en tiempos de aquelarres pinochetistas. De que una y otro se entendieron da buena cuenta el legado que deja su Salón del Libro Iberoamericano –que tantas puertas abrió aquí a la literatura escrita allende los mares– y la certeza de que concibió algunas de sus mejores páginas en esta atalaya norteña desde la que él supo asomar su talento a las inmensidades de ese sur que existe, y que con frecuencia ignoramos, y al que sin duda estará viajando ahora que tiene por delante toda la eternidad para enseñar a volar a las gaviotas.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

1 año por solo 16€

Publicidad