Las palabras lo quieren
Las pausas, esas pausas que en cualquier narrador oral crean inquietud, en él generan expectación
rafa gutiérrez
Viernes, 17 de abril 2020, 16:04
El 8 de febrero de 2017 se presentaba en la librería el libro 'Vencidos, pero vivos', una novela gráfica editada por Norma, escrita por Maximilien Le Roy y que cuenta la historia de Carmen Castillo, una luchadora contra la dictadura militar chilena que acabó en el exilio tras ser duramente torturada. Por sus páginas desfilan Pinochet, el MIR, Allende. Unas semanas antes me había puesto en contacto con Luis Sepúlveda para ver si podía presentar él el libro. No tuvo ninguna duda porque conocía perfectamente la historia. La conocía muy bien porque él había estado allí. Lo que sucedió ese día en La buena letra fue mágico, uno de los mejores momentos que he vivido y que nunca podré olvidar. Una cosa es leer lo que sucedió durante el golpe militar chileno y otra cosa es que te lo cuente alguien que lo presenció, que compartió esos momentos con el propio Allende. Algunas personas nacen con el don de la palabra, un don que lleva al lado el del silencio concentrado en el que escucha. No un silencio cualquiera, no. No un silencio precedido de una orden. Luis Sepúlveda, y lo sabe cualquier persona que haya tenido la fortuna de compartir una conversación, una charla informal, cualquiera que haya asistido a la presentación de uno de sus libros, tiene (me niego a hablar de él en pasado) la capacidad natural de crear el silencio atento, una atmósfera especial que nos hace estar pendientes de cada giro de su voz, de cada pausa narrativa. El arte de contar historias y de quedarte viviendo en ellas.
Las palabras lo quieren, se sienten a gusto en su voz pausada, están cómodas en las inflexiones del discurso. Las pausas, esas pausas que en cualquier narrador oral crean inquietud, en él generan expectación.
Siempre generoso, siempre pendiente y atento para acudir a una presentación de un libro, para dar una charla en un club de lectura a unas horas casi intempestivas, siempre dispuesto a prolongar la conversación, a contestar una última pregunta.
Ayer por la mañana volvió a generar silencio, a dejarnos callados y esperando un giro inesperado, un «y de repente» mágico que altere el relato y nos devuelva su voz.
Un beso, querido Lucho. Un beso muy grande.