El Quijote estival del mejor Muñoz Molina
Ensayo. ·
Un texto delicioso en el que el autor de Úbeda reflexiona sobre la obra de Cervantes y nos invita a volver a sus páginasIñaki Ezkerra
Viernes, 27 de junio 2025, 17:28
Sobre el Quijote se han vertido ríos de tinta. Para los autores del 98 y los del grupo novecentista fue un tema tan obligado como ... el del Juan Tenorio. La 'Vida de Don Quijote y Sancho' de Unamuno o las 'Meditaciones del Quijote' de Ortega y Gasset, son dos libros de cabecera para entender a ambas generaciones. Y en nuestros días resulta ineludible la referencia de Andrés Trapiello por su encomiable adaptación del Quijote al castellano actual, publicada en 2015 con el sello editorial Destino, así como por su excelente ensayo 'Las vidas de Miguel de Cervantes' o las novelas 'Al morir don Quijote' y 'El final de Sancho Panza y otras suertes', en las que fabuló sobre el caballero de la triste figura y su universo novelesco.
Estamos ante un tema inagotable, que se presta a infinidad de miradas. Y de ello da fe 'El verano de Cervantes', la nueva entrega literaria de Antonio Muñoz Molina, un singular texto que se sitúa a medio camino entre el ensayo más erudito, la memoria personal y la biografía familiar, para rendir homenaje a la obra que inauguró el género novelesco tal como hoy lo conocemos en su sentido más alto y configurador de la cultura occidental. Muñoz Molina maneja en este libro un apabullante cúmulo de lecturas y de citas, pero lo valioso de este volumen, que llega casi al medio millar de páginas, es lo que tiene de experiencia vivida y revivida, pasada por el tamiz interior de la rememoración y de la reflexión críticas, sosegadas y sutiles de un gran escritor que se revela a la vez como un gran lector.
Tienen presencia decisiva los hogares rurales que marcan la existencia del autor
La primera observación, con la que se abre el libro, es la que justifica su mismo título: «El verano es la estación de 'Don Quijote de la Mancha'. Es el tiempo en el que suceden del principio al final todas sus peripecias, y también el más adecuado para su lectura». Este aspecto estacional del punto de vista no es en absoluto retórico, sino que condiciona de una manera recurrente todo el libro. Pronto el autor nos lleva al verano de su niñez en el que tuvo lugar el descubrimiento de las aventuras del hidalgo manchego, al austero volumen sin dibujos y en cuya contraportada podía leerse 'Casa Editorial Calleja, 1881', a «las hojas rígidas y a la vez quebradizas, de un amarillo como de paja seca» que «dejaban en los dedos un polvo parecido al del trigo…». La edición era la que su abuelo mulero logró salvar en el cortijo de Úbeda en el que, recién estallada la Guerra Civil, un grupo exaltado de milicianos hizo una hoguera para ver arder muebles, lienzos, tallas religiosas, libros… Curiosamente, también ese episodio nos conduce a la estación estival, a julio de 1936. En este libro, todo conduce al verano. El verano se percibe como una permanente, cálida, luminosa, solar sensación física. Como podría transmitírsela Carmen Laforet al lector de su célebre novela 'La insolación'.
No está de más, asimismo, señalar la presencia decisiva que tienen en estas páginas los hogares rurales que marcan la propia existencia del autor, desde la casa de Úbeda, con cuyas evocaciones se abre el libro, hasta la de las tierras valencianas de Ademuz, donde recupera la memoria de las manos al coger una azada para limpiar de malezas una acequia. Y de lo personal o lo familiar el escritor pasa a los juicios críticos, a las bien dosificadas referencias culturalistas que la lectura del Quijote le ha podido sugerir tras una larga vida de lector, a una carta en la que Flaubert elogia la descripción que hace Cervantes de las llanuras castellanas; a la traducción de Charles Jarvis, que en septiembre de 1855 llegó a manos de Herman Melville; al Montaigne titubeante de los primeros escritos plagados de citas que irá enderezando de un modo seguro su discurso hasta llegar a la madurez del tercer volumen de sus ensayos, de la misma manera que el Quijote va tomando forma a base de exploraciones y tanteos en falso; de lo que Muñoz Molina llama, con fino olfato crítico, 'incongruencias', 'costuras' o 'arrepentimientos' y de unos incipientes pasos de «novella burlesca a la italiana» a la «deflagración narrativa a la que el propio autor asiste con agradecimiento y asombro…».
'El verano de Cervantes' es un libro delicioso en el que comparece el mejor Muñoz Molina con el pulso firme de sus novelas de juventud. Una lectura que invita a pensar en el Quijote, pero también a volver a él y a hacerlo en esta preferente estación del año; en el verano apacible con el que debía de soñar también su autor mientras lo escribía entre el ruido de las ventas del camino, el jaleo de las oficinas y molinos o el frío y la sombra de la cárcel.
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