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PABLO A. MARÍN ESTRADA
GIJÓN.
Viernes, 4 de enero 2019, 00:13
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Una emotiva y amena lectura de varios fragmentos de los diarios de Gaspar Melchor de Jovellanos a cargo del poeta Miguel Mingotes abrió ayer en la Casa Natal del ilustrado los actos con motivo del 275 aniversario de su nacimiento que se festeja en el año que acaba de comenzar. La música de Bach, Mozart o Haendel, entre otros compositores, además de 'cantarinos' populares, acompañó la velada organizada por el Foro Jovellanos en colaboración con el Ayuntamiento de Gijón y con el respaldo del Aula de Cultura de EL COMERCIO. Numeroso público -entre el que se encontraban concejales del equipo de gobierno municipal- arropó el homenaje al político y pensador gijonés, celebrado dos días antes de que se conmemore su venida al mundo, un 5 de enero de 1744.
La viola de David Roldán y el violín de Marina Gurdzhiya, así como las voces de Eugenia García y Ana González, flanquearon la intervención de Mingotes, en la que, a través de anotaciones de Jovino que tenían por escenario su Gijón natal, trasladó al público por vía del realismo mágico de su memoria particular (como el patio en el que tuvo lugar el acto, «donde en otro tiempo llovía y la gente se mojaba», en sus palabras) a una ciudad y un paisaje distintos a los que conoció el Ilustrado pero unidos por la misma magia del sentimiento humano.
El humor 'playu' del colaborador de este periódico añadió emoción mundana a este reencuentro de la ciudad («llena de conexiones con Jovellanos», según Rafael Antuña, secretario del Foro ) con su hijo más ilustre en la casona familiar donde trazó las líneas leídas ayer y a la que deberían ir sus paisanos «como se va a Santiago a visitar al Apóstol», apuntó el presidente de la entidad, Ignacio García Arango.
Un corto realizado por Miguel Mingotes y Pablo Basagoiti en la antojana de la Casa Natal inició un paseo por sus diarios que nos llevaría a Contrueces en una jornada de junio de 1793.
En ella describe el paisaje del Gijón rural en una excursión que emprendió felizmente rodeado de amigos, un hecho que le sirvió al autor de 'Coses míes' para recordar «lo difícil que ye saber estar».
El entorno idílico anotado por Jovellanos le valdría al poeta para recordar que no todo era así en aquella villa «de 6.000 habitantes, con una esperanza de vida en los treinta y pocos años y una mortalidad infantil tremenda».
La siguiente salida nos condujo al Cerro de Santa Catalina y al «arenal limpísimo» que divisaba el Ilustrado, con contrapunto crítico de su lector sobre el estado actual de la playa.
Unas líneas premonitorias de su muerte al cumplir 54 años en las que se proponía «darse priesa en hacer el bien» cerraron la lectura a los sones de 'Noche de paz'.
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