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El único libro de Vaquero Palacios ve la luz

El único libro de Vaquero Palacios ve la luz

La Universidad de Valladolid edita un estudio inédito sobre las iglesias coloniales de El Salvador | Entre 1945 y 1961, el poliédrico artista recorrió los templos para realizar un minucioso trabajo que es al tiempo una suerte de libro de viajes

M. F. ANTUÑA

GIJÓN.

Domingo, 25 de marzo 2018, 01:10

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Veinte años después de su muerte, acaba de ver la luz el único libro de Joaquín Vaquero Palacios (Oviedo, 1900-Madrid, 1998), arquitecto y artista integral que alumbró un buen número de centrales eléctricas asturianas. Hombre inquieto y curioso, entre 1945 y 1961 elaboró una publicación que es una suerte de híbrido entre el libro de viajes y el estudio técnico sobre las iglesias coloniales de El Salvador, el país de su mujer, Rosa Turcios Darío, sobrina carnal de Rubén Darío. Aquel texto mecanografiado y con fotografías captadas por el propio Vaquero e ilustraciones con su firma se intentó publicar en varias ocasiones, la última a través de fascículos en el año 1996 en un periódico de San Salvador, pero nunca fructificó. Ahora, por fin, se imprime con una edición y estudio introductorio a cargo de Javier Mosteiro, catedrático de la Escuela de Arquitectura de Madrid, y Francisco Egaña Casariego, profesor de la Universidad de Valladolid. Es esta última institución académica la que ha publicado el volumen, que si bien está a la venta (18 euros), su fin primordial es formar parte de las bibliotecas de otras universidades.

Ha pasado más de medio siglo desde que Vaquero Palacios concluyó su trabajo realizado a lo largo de dos viajes a El Salvador, un destino habitual para el artista tras su boda con Rosa Turcios, a la que conoció en España en 1926 y con la que se casó dos años después. Con ella viajaba para visitar a su familia y permanecía largos periodos y a través de ella surgió su interés por investigar una arquitectura colonial mucho menos estudiada que las de Guatemala o México.

Hace alarde de conocimientos técnicos, de gusto por el estudio arquitectónico riguroso, pero también de buen humor y encaje. «Mi agradecimiento incluso al señor ladrón que, robando mi cámara, hizo posible que un buen amigo me prestase otra mucho mejor, obligándome además a hacer dos veces el trabajo, con lo que este es un poco menos imperfecto», dice en su introducción el artista, que no se olvida tampoco de comentar los desmanes ocurridos en esos edificios que analiza. «Vaya mi consideración para aquellos que, con tanta buena fe como sacrificio, se gastaron sus dineritos en purpurina o en hormigón armado para 'mejorar' las iglesias: todos son buenas gentes», escribe.

Claro que si Vaquero levantara hoy la cabeza se daría cuenta de que buenas fueran

aquellas purpurinas si se comparan con la situación actual de muchos de los templos de los que se hace inventario, desaparecidos bien por el urbanismo mal entendido bien por los efectos de los terremotos. «Este libro como documento es importantísimo, porque esas iglesias ya no existen en su mayor parte, muchas directamente se han demolido, otras están enormemente transformadas y otras están entre comillas conservadas», apunta Javier Mosteiro.

El viaje de Vaquero para la confección de un libro que estudia un total de 25 templos coloniales y que en sus 225 páginas incluye plantas y dibujos de iglesias no fue sencillo. Recorrió el país y vivió un sinfín de aventuras transitando por carreteras anegadas por las crecidas de los ríos, caminos prácticamente devorados por la vegetación de la selva. Fueron muchas las vivencias, de ahí que el documento supere el relato puramente arquitectónico. Claro que, obviamente, son los datos históricos y artísticos, los dibujos, los levantamientos, las fotografías de sus fábricas, de sus retablos y ornamentos lo que se erige en protagonista del estudio, que revela un nuevo ángulo sobre la figura de un artista absolutamente poliédrico. «Lo que es increíble es que este libro lo escribe al tiempo que hace la central de Miranda, lo que revela esa capacidad para emocionarse ante las montañas, ante la belleza industrial de las turbinas y al mismo tiempo ante las iglesias pequeñas, modestas, ante sus muebles, sus tallas, sus imágenes toscas», afirma Francisco Egaña Casariego.

Egaña y Mosteiro han pasado cuatro años trabajando para darle contexto al libro original y también para darle la forma definitiva que acaba de ver la luz. «Estaba escrito a máquina, maquetado de forma rudimentaria, hemos respetado la maqueta original, pero hemos tenido que corregirlo y situarlo en el contexto cultural de su vinculación con América», apunta Egaña.

Porque América fue determinante en la carrera de Vaquero Palacios, epatado por los rascacielos de Nueva York, impresionado por el paisaje centroamericano, por sus arquitecturas y por sus volcanes, que pintó durante sus numerosas estancias. Porque si el libro se gestó en 1945 y se concluyó en 1961, esas fueron sus dos últimas visitas. Antes había viajado en 1928 para casarse con Rosa y dos años después.

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