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Gabriel Ordás, ante el conservatorio superior de música de Oviedo. MARIO ROJAS
«La música fue mi lengua materna»

«La música fue mi lengua materna»

Gabriel Ordás | Compositor ·

Hijo de melómanos, el joven autor ovetense completa su formación mientras trabaja en una obra

P. A. MARÍN ESTRADA

Domingo, 29 de septiembre 2019, 01:21

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Gabriel Ordás (Oviedo, 1999) habla claro y responde con seguridad. La única pausa antes de contestar se le escucha cuando llega la pregunta más previsible. «¿Qué es para mí la música?», replica tras el fugaz silencio: «Para mí es el día. Tengo amigos y disfruto muchísimo con ellos. Pero la música es mi día, el punto a partir del cual organizo toda mi vida», sentencia con naturalidad. A sus 19 años -en noviembre será veinteañero- es autor de más de cuarenta partituras, algunas de ellas fueron interpretadas por formaciones como la OSPA u Oviedo Filarmonía y pronto se embarcará en la composición de una nueva obra para la Orquesta de RTVE por encargo de la SGAE. Pero basta mantener un breve diálogo con él para constatar que, pese al carrerón, no ha corrido, simplemente ha aprovechado bien su tiempo.

«No recuerdo cuándo percibí por primera vez la música porque en mi casa sonaba siempre. Mi padre es un gran melómano y de muy pequeñito me enseñó a leer solfeo, tenía un teclado mínimo, casi de juguete y me ponía en mi cuarto a improvisar, a hacer mis tonterías de niño pequeño, a jugar. Para mí fue como aprender una lengua materna». Tampoco guarda memoria viva de la primera vez que sintió la emoción de la belleza de unas notas, pero sus padres sí y se lo han contado mil veces: «Creo que no tenía ni dos años. Mi padre estaba en su cuarto escuchando el Adagio de Albinioni y yo con mi madre en el salón de casa. Me fui a gatas hasta la habitación de donde salía la música y lloré», relata ahora.

Gabriel, en cambio, tiene bien frescas dos mañanas de su infancia: aquella en la que entró en el Conservatorio de Oviedo para iniciarse en el violín a los seis años. Su profesora, Gayané Pogosova «se me quedó mirando, me vio allí muy pequeño y me cogió de las manos: 'Tiene buenas manos de violinista', dijo. Desde entonces no paré con el violín». La otra mañana fresca, fue un mediodía de un año después. En una tienda de música de la calle Uría su padre le compró un cuaderno con pentagramas. «Volvimos en bus y yo miraba esas páginas en blanco, pensando que había que llenarlas porque aquello estaba muy vacío. Llegué a casa y empecé a escribir: borra y escribe, borra y escribe...». A los once años inició sus estudios de composición con Fernando Agüeria, poco después firmaría su primera partitura. «Mi Opus 1, por así decirlo (risas) fue un trío para clarinetes que curiosamente estrené hace solo seis meses en el Conservatorio y con compañeros míos, un sueño cumplido». Evoca ese concierto con fervor, como todos en los que pudo oír sus propias notas, aunque ninguno como el estreno de su 'Stabat Mater Especiosa' en la Catedral: «No solo por orgullo de ovetense, es que en una catedral la música no se escucha, se ve».

Habla una vez más de algo que «va más allá de las palabras y puede ser más expresiva. Tener la suerte de entender aunque solo sea el 1% de esa expresión para mi es la alegría infinita y claro, intentar compartirla».

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