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Víctor Manuel, durante su concierto de anoche en Oviedo.
«Soy de aquí al lado, de Mieres del Camín»

«Soy de aquí al lado, de Mieres del Camín»

Las diez mil personas que abarrotaron el recinto mostraron la admiración y respeto que rinden al cantante asturiano, que hoy repite concierto

ALBERTO PIQUERO

Sábado, 13 de septiembre 2014, 00:49

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Si hace veinte años -en aquella fecha, sobre el escenario del Pabellón de los Deportes de Gijón- Víctor Manuel ya puso en evidencia que hay conciertos que atañen a 'mucho más que dos', el de anoche en el recinto ovetense de La Ería multiplicó los números y el calor efusivo, que inundaron la velada iniciada a las 22.30 horas, previo pase de Vaudí, el artista brasileño afincado en Asturias que acaba de editar un disco con canciones del protagonista de la noche, 'Un poco de ti'. Tuvieron que ser pacientes los espectadores para entrar al espacio habilitado, con largas colas ante un único acceso habilitado.

Comenzó Víctor Manuel cantando en solitario 'Señor San Xuan', enlazada con 'La Romería' y 'El hijo del Ferroviario'. «Soy de aquí al lado, soy de Mieres del Camín, al lado de la vía del tren», se presentó el protagonista de la noche. La fase inicial la cerró con 'Cómo voy a olvidarme', la canción sobre los enterrados en las cunetas en la Guerra Civil. «Parece mentira que ningún Gobierno haya hecho nada sobre al asunto todavía», censuró. Y, claro, en espacio eminente, continuó la 'suite asturiana': Víctor Manuel en sus raíces y bajo su cielo, abrazado a Hevia, Chus Pedro y Marisa Valle Roso, dándole cuerda al reloj verde de la asturianía, al compás de 'La danza del cuélebre'; una inmensa y sentida 'Planta 14', 'Paxarinos' y 'Por el camino de Mieres'.

El espectáculo fue grandioso en cantidad y en calidad, pues no en vano la figura principal del mismo goza de ese privilegio que podríamos denominar como el bello arte de ser querido, lo que situó a su lado en los sucesivos y emotivos duetos -y tríos- que dibujaron sus composiciones, a diecisiete extraodinarias voces del panorama de la música popular. De su inseparable Ana Belén, luminosa, que se lució en 'Contamíname', y su hijo David -quien debutó más allá del piano, acompañándole vocalmente en 'Bailarina'-, al señorío artístico de Serrat en 'El abuelo', la profunda sensibilidad de Aute preguntándose 'A dónde irán los besos', la fuerza que Miguel Ríos hizo delicada en 'Sólo pienso en ti', el aire canario de Pedro Guerra, la intensidad de Rosendo recuperando 'La canción de la esperanza' , el talento de Ismael Serrano, la hondura de Poveda trasladada a 'Asturias', la exquisita ternura de Milanés, el terciopelo de Sole Giménez, la vibrante Soleá Morente en 'La madre', el desparpajo de Estopa, el corrosivo 'Déjame en paz' que interpretó El Gran Wyoming o la originalidad de Rozalén.

El cariño quedó patente en cada una de las intervenciones de los numerosos colegas y, sin embargo, amigos, que le secundaron por los vericuetos que reflejaron ese medio siglo de presencia y testimonio, de letras y estrofas inolvidables, de partituras que han encontrado un sitio en el corazón de ese público multitudinario que ayer las coreaba con la certeza de que eran suyas. Todos tuvieron palabras cariñosas para él, y gestos cómplices.

Tal vez el único secreto para que este hombre discreto y por el que no parecen pasar los años -lució una estampa casi juvenil-, sea tan apreciado por los compañeros de viaje artístico y tan querido por ese público que en esta noche del viernes le tributó el homenaje merecido, consista en ser él mismo, sin aspavientos ni otro propósito que el de la naturalidad y el trabajo dignamente cumplido. Así han sonado siempre sus canciones. Ayer, con un inevitable ápice de emoción. Serán muchos más de dos quienes en el futuro recuerden un concierto memorable, que hoy se repite.

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