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ALBERTO PIQUERO
Domingo, 14 de septiembre 2014, 01:10
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El espectáculo podía adivinarse antes de que comenzara. La hilera kilométrica de los espectadores que aguardaban para entrar a los conciertos del cincuentenario profesional de Víctor Manuel sirvió de motivo fotográfico para muchos de ellos. Ni el mismo protagonista esperaba una efusión tan manifiesta y multitudinaria, como confesaría posteriormente. Un éxito rotundo de público, al que se sumó la calidez de un ambiente de camaradería y buen rollo, incluyendo el nudo entre las banderas de Asturias y Cataluña que al final de la primera velada se puso Joan Manuel Serrat al cuello.
En lo que se refiere al espectáculo propiamente dicho, cabría establecer distintas perspectivas. Desde el punto de vista del marco escenográfico, que llevaba la firma de José Carlos Plaza, se mantuvo una calificación notable, con las pinceladas justas, usando fondos de ilustración, de una foto de Ana Belén cuando los versos mencionaban a Pilar -ya saben, su verdadero nombre- a una 'Luna llena', que invisibles son los hilos que maneja y que también lució real en el cielo ovetense (en el primer concierto). El apartado audiovisual lo firmó Geno Cuesta. El mismo juicio encomiástico merece el conjunto instrumental que acompañó a los artistas, incluyendo en los coros a Marina San José y en la dirección musical a David San José, la pareja filial de Víctor y Ana Belén. David asomó también unas cualidades vocales que se le desconocían, acompañando al progenitor en 'Bailarina'.
El sonido fue impecable de principio a fin, servido por una banda tan excelente como aplicada en todos los registros, teniendo al frente del equipo a José Luis Crespo.
Por lo que se refiere a los invitados de lujo que secundaron al mierense, dentro de un tono general en el que se mezcló a partes iguales la virtud del talento y la emoción del encuentro, habría que destacar vibraciones singulares, las primeras interpretaciones de Víctor Manuel selladas con 'Cómo voy a olvidarme', el apartado que dedicó a lo que llamó «canciones familiares», el relevo generacional que suscribe Ismael Serrano -«no se han muerto los cantautores», certificó Víctor-, la ternura de Sole Giménez en 'Qué te puedo dar' o el portentoso Miguel Poveda, inmenso en 'Asturias', así como la sensible, delicadísima línea melódica de Milanés, quien llevó aire de nueva trova a un tema que no está entre los más populares de Víctor y que se merecía de forma urgente esta recuperación, 'Tu boca una nube blanca'. La boca radiante que dibujó 'Cotamíname' y 'La puerta de Alcalá', o sea, Ana Belén. Todo ello estructurado bajo una planificación cuidada al detalle. Una característica habitual de los conciertos de Víctor Manuel, en los que no riñen los sentimientos con la geometría. Por supuesto, bajo estampillado de una asturianía inexcusable, para lo que ahí estuvieron la gaita de Hevia y las entonaciones de Marisa Valle Roso y Chus Pedro.
En el centro de la función, un Víctor rejuvenecido, por el que no parecen pasar los años y que ha ido ganando matices vocales, una manera de decir las canciones puesta en sazón, pues la vertiente compositiva siempre ha estado impresa de modo brillante en su carrera. La evidencia no necesita otra prueba que esta selección de canciones que el público secundó como quien canta en su propia casa. 'Cincuenta años no es nada', fue el título. Dos noches fueron la constatación de que Víctor Manuel es profeta en su tierra.
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