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AZAHARA VILLACORTA
Jueves, 28 de enero 2016, 00:17
Todo está casi a punto para que «la magia» de La Bohème ponga el broche de oro a la 68 Temporada de Ópera de Oviedo, un ciclo que se cerrará con «la impresionante música» de Giacomo Puccini y que superará los 30.000 espectadores.
Se trata, explicó ayer Javier Menéndez, director Artístico en Fundación Ópera de Oviedo, del «título más representado en Oviedo, ya que, con esta, serán una veintena de representaciones y un total de 31 funciones que coinciden, además, con el 120 cumpleaños» de su estreno en el Teatro Regio de Turín, el 1 de febrero de 1896.
Puccini escribió este canto a la vida, a la amistad y al amor en el cénit de su carrera. Y la Ópera de Oviedo, en el cénit de su temporada, presenta la reposición de una de las producciones propias que mayor éxito han cosechado en las tablas del Campoamor. Una Bohème bajo el envoltorio creativo de Emilio Sagi y la batuta de Marzio Conti, acompañado en el foso por Oviedo Filarmonía. Y todo, «con un reparto sensacional, dos 'cast' de cantantes deliciosos y muy jóvenes». «Artistas» que se han convertido «casi en una familia», contó Emilio Sagi.
Buena prueba de esa familiaridad es que, durante la presentación de ayer en el Salón de Té del teatro ovetense, no faltaron las bromas. Por ejemplo, entre Conti y Giorgio Berrugi, que fue alumno de clarinete del maestro hace años en Italia y con el que se ha reencontrado, porque encarnará a Rodolfo. Así que Conti subrayó que «La Bohème es un trabajo enorme» y que entraña una gran complejidad en algunos actos, por lo que «hay que pedir al Dios de la música que salga todo bien», pero tampoco pudo dejar la oportunidad de 'picar' a Berrugi, natural del Pisa, entre risas de los presentes: «En mi tierra se dice que más vale tener un muerto en casa que un pisano a la puerta».
Ese es el espíritu, añadió Sagi, de esta ópera protagonizada por «gente joven, rebelde, personas que viven en la miseria pero que son enormemente felices». Y que cuenta emociones que al aclamado director de escena ovetense no le son ajenas, porque él mismo las ha vivido en carne propia. «Lo que tenemos que trasladar es una cosa terrible: la emoción de ver morirse a una persona en plena luz, en plena vida, comida por una enfermedad horrible, algo que yo mismo he sufrido». Y, al mismo tiempo, reflejando el ímpetu arrollador de la juventud: «Me acuerdo de cuando yo vivía en Londres. No teníamos un duro, pero, cuando ganábamos algo, íbamos a tomar el té al Ritz y luego, a lo mejor, no comíamos en dos días».
Para ganar en emoción y lirismo, Sagi ha introducido ligeros cambios en la escenografía. Sobre todo, en el vestuario, que ha acercado temporalmente hasta situarlo a mediados de la década de 1970, renunciando a trajes de época que resultarían «cursis». Pero que nadie se engañe con los personajes femeninos, «porque ni Musetta es un pendón desorejado ni Mimí una tonta del bote».
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