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La plaza más flamenca

La hija mediana del desaparecido cantaor Enrique Morente seduce al público de la plaza Mayor con su pop íntimo de raíz flamenca

pablo antón marín estrada

Miércoles, 10 de agosto 2016, 07:23

Hija del gran maestro Enrique Morente y hermana de Estrella, pero sobre todo hija de su tiempo y hermana de la música sin etiquetas, la artista Soleá Morente dejó ayer en el escenario de la plaza Mayor todo el saber adquirido en una familia impregnada de flamenco y el talento de una cantante que busca su propio camino en las formas más versátiles del pop alternativo.

Con dos discos grabados, el primero, titulado Encuentro (2013), un homenaje a su padre en el que cantó con Los Evangelistas, agrupación integrada por miembros de la banda granadina Lagartija Nick uno de ellos, Florent, acompañó a Soleá ayer en el escenario gijonés y el segundo, ya en solitario: Tendrá que haber un camino (2015), la intérprete granadina se ha ganado el favor de un público tan variopinto como los propios ritmos de su repertorio y en el concierto de anoche logró desde los primeros temas despertar la complicidad de los espectadores.

Había anunciado que venía a darlo todo y no defraudó las expectativas creadas en cuanto a la intensidad de sus canciones, no así en lo que respecta a la duración del concierto. Inmersa en la gira de promoción de su último trabajo, la cantante fue desgranando los temas contenidos en él: canciones íntimas y de una delicadeza que no renuncia al desgarro de sus raíces flamencas, todo ello envuelto en una atractiva atmósfera en la que el cante jondo se sumerge en pasajes rockeros o coquetea con el jazz.

La huella de las enseñanzas recibidas y heredadas de su padre se percibía en la fuerza con la que la artista acometía sus composiciones. Tan presente está el padre y maestro en el recuerdo vivo de Soleá que la camisa con la que actuó ayer era de don Enrique: «Me da mucha suerte», dijo la artista.

Con su figura frágil, subrayada por la holgura y el peso sentimental de la camisa paterna, Soleá Morente salió a las tablas bajo el auspicio benéfico de los versos de Antonio Machado y lo abandonó con la poesía de José Agustín Goytisolo y una versión de sus Palabras para Julia, en la que dijo encontrar una buena manera de expresar cómo había sido la relación padre e hija que ella vivió con el suyo. Fue un momento en que al público se le puso la carne de gallina. Solo por esa canción interpretada a solas con el teclista y por Serrana, con la que antes había recordado al gran maestro, se le perdonó un concierto que duró una hora justa, incluidos los bises.

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