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Varduhi Abrahamyan, en el papel de Carmen, y Alejandro Roy como Don José, en la representación de la ópera.

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Varduhi Abrahamyan, en el papel de Carmen, y Alejandro Roy como Don José, en la representación de la ópera. FOTOS: ÓPERA DE OVIEDO

Carmen entre tinieblas

La soprano María José Moreno y el tenos Alejandro Roy firmaron las mejores actuaciones de una noche de estreno salvada por las voces

RAMÓN AVELLO

OVIEDO.

Viernes, 25 de enero 2019, 00:35

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Una 'Carmen' oscura, un poco tenebrista y bastante aflamencada empezó a cerrar ayer la 71 Temporada de Ópera de Oviedo. La obra cimera de Georges Bizet regresó al Campoamor en una versión vocalmente bien servida y con intencionados claroscuros, algo claustrofóbicos, en la puesta en escena. Aquella «luminosidad mediterránea» que había conmocionado al apóstata wagneriano Federico Nietzsche cuando vio una representación de esta ópera en Génova ha sido borrada de un plumazo en esta nueva producción del Teatro de la Ópera Alemana de Rin.

Los cuatro escenarios concretos de 'Carmen' -Calle San Fernando, en Sevilla, que separa la Fábrica de Tabacos del Alcázar; la taberna de Lillas Pastia; las grutas de la serranía de Ronda y los alrededores de la Maestranza- se fusionan en la concepción escénica de Carlos Wagner dentro de un espacio cerrado, con resonancias de tablao flamenco. La escena juega con referencias goyescas, tanto a las pinturas negras, como por ejemplo 'El capirote' o 'Las cabezas de burro', como a los tapices, más risueños, como 'El pelele' que mantean los niños en el cambio de guardia. Carlos Wagner mueve los personajes y los coros con agilidad y aquí tiene una importancia vital la coreografía de Ana García. Sin embargo, no convence ni en esa excesiva monocromía ni quedan claros estos tintes goyescos, a veces cogidos por los pelos. El último acto, en el que Wagner mezcla a Carmen haciendo de torero, Don José de monosabio y luego de minotauro fue una alocada metáfora surrealista y dramáticamente muy poco afortunada que a quien perjudicó fue a Carmen. En vez de crear un arquetipo mitológico, Wagner crea un final bufo en el que lo mejor es cerrar los ojos.

En 'Carmen', la orquesta no solo acompaña la acción y arropa a los cantantes, sino que tiene un protagonismo esencial, siempre muy vivo. En la concepción de Bizet, manifestada ya en la brillante obertura inicial, se da una clara ambivalencia entre lo que podría ser festivo y lo trágico. Y es la orquesta la que se encarga de subrayarlo. La dirección de Sergio Alapont al frente de Oviedo Filarmonía peca a veces de monotonía. No es una orquesta colorista o brillante, aunque hay momentos, por ejemplo el violonchelo, las flautas, incluso los vientos, muy sugerentes, pero tiene cierta rigidez en los tiempos y en las dinámicas. Es curioso que en una de las partes más conocidas, como 'La habanera', la voz esté pidiendo casi que retrase y lleve los tiempos con un poco más de rubato.

Los coros cumplieron con la exigencia de una obra que les obliga a moverse y actuar

Los coros desempeñan también un papel importante, tanto en el aspecto musical como en el dramático. En 'Carmen', a los coros no solo se les exige cantar, sino moverse y actuar. Y actúan muy bien. El coro de niños se desenvuelve con espontaneidad y los otros, que cumplen una labor concertante de primer orden, cantan con afinación y redondez.

Entre los principales protagonistas, la mezzo Varduhi Abrahamyan subraya una Carmen libre e independiente, cantó con esa densidad algo metálica, pero muy atractiva. Momentos destacados de su actuación fueron 'La habanera', cantado con esa dejadez lánguida del personaje. Por desgracia para ella la escena, especialmente en el último acto, le perjudicó. Ese pateo por una parte, quizá reducida pero significativa del público, solamente se puede comprender como un efecto colateral de la dirección de Carlos Wagner.

David Menéndez como Escamillo cantó con una tesitura muy homogénea, incluso algunas notas muy graves, de la famosa 'Canción del toreador', también muy aplaudida. Frente a este David festivo realizó una atractiva y lírica versión del dúo 'Carmen yo te amo'. Ya no es el Escamillo torero sino el hombre enamorado.

El tenor gijonés Alejandro Roy viste su Don José con un timbre bellísimo y con una línea vocal clara y al mismo tiempo contundente. Alejandor tuvo ayer su noche. El aria 'De la flor', cantada con lirismo y coronada siempre con fuerza, e incluso las súplicas y los arrebatos del último acto, los realizó con una buena línea de canto y fuerza vocal. Venció a la escena.

Para parte del público fue una auténtica revelación la Micaela de María José Moreno, una gran soprano lírica. En la confección de este papel, Moreno deja ligeramente de lado la muchacha inocente para otorgarle una relevancia muy especial y significativa en la obra. Los bravos después de su aria en el tercer acto fueron numerosos.

Como otras veces sucedió en el Campoamor, aquí hemos visto una ópera bien interpretada, especialmente por las voces protagonistas y los coros, con unos elementos coreográficos atractivos y una escena muy arriesgada. Tanto, que al final se estrelló.

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