James Rhodes, pianista: «Estoy harto del esnobismo de la música clásica»
El pianista James Rhodes arranca su gira este sábado, 1 de noviembre, en la Laboral con un concierto en el que Chopin o Brahms trazan su biografía
Arranca gira en Gijón, donde dio su primer concierto en España, y lo hace emocionado y con ganas de trasladar al público su pasión por ... la música clásica. James Rhodes (Londres, 1975) estará este sábado en el teatro de la Laboral con un recital en el que toma las partituras de Chopin, Brahms y Rachmaninov para contar su biografía.
–¿Cómo se siente a punto de empezar esta gira?
–Con muchísimas ganas. Mi primer concierto en España, hace como ocho o nueve años, fue en Gijón. Volver ahora siendo español y con una vida completamente nueva aquí me parece una barbaridad. Estoy súper emocionado. Fui también en mi luna de miel hace cuatro años a Cofiño, en Asturias, y nunca voy a olvidar ese momento en el avión, mirando por la ventana esa maravilla de verde, parecía como estar en Disneyland.
–Dice que estos conciertos son una autobiografía. ¿Por qué?
–Es una especie de banda sonora. El mundo de la música clásica parece bastante cerrado, hay muchas reglas, tienes que entender cuántos movimientos hay en una sonata y cuándo tienes que aplaudir... para mí todo eso es una patraña. Solo necesitas los oídos. El típico concierto donde el tío llega al piano sin mirar al público, toca y se va siempre me dio un poco de lástima. Lo que quiero hacer es, en lugar de dos o tres piezas de media hora, elegir siete, ocho, nueve piezas más cortitas en las que cada una cuenta una historia, empezando desde mi infierno en Londres, hasta el paraíso que encontré en España, donde por primera vez puedo vivir y no solo existir.
–¿Y qué reflejo de sí mismo encuentra en Chopin, Brahms o Rachmaninov?
–Muchísimos, como todo el mundo. En cada pieza que voy a tocar hay un universo dentro. Por ejemplo, voy a tocar una que es la mejor obra de Chopin. Dentro hay un montón de emociones que todos podemos identificar. Lo bueno de esta música es que no hay palabras. Es más profunda que las palabras.
–Sin embargo parece que se sigue percibiendo como algo elevado. ¿Está de acuerdo?
–No, para nada. ¿Quién se atreve a decir, por ejemplo, que Chopin vale más que Serrat o Sabina? La música es la música. Hay tanta segregación y división hoy en día que la música es casi la última cosa que aún pertenece a todo el mundo. A mí me da igual si llevas vaqueros, cuándo aplaudes y si nunca antes has oído a Chopin. No tienes que entender nada sobre la estructura o la historia, la música es la música. Estoy un poco harto de este esnobismo del mundo de la música clásica, que solo quieren que acceda la gente súper pija y con muchísimo dinero.
–Justo esta semana Rosalía lanzaba ese single...
–¡Oh my God! ¡Qué temazo! Con la London Symphony Orchestra, con guiños a 'Carmina Burana'... Es una 'genia'. Ha hecho flamenco, ha hecho algo más moderno y, ahora, música clásica y una orquesta. Me parece una cosa absolutamente increíble. Si miramos el panorama de la educación musical, estamos todos de acuerdo en que está jodido, que si no perteneces a una familia con pasta no vas a escuchar a una orquesta en directo y mucho menos tener clases de piano o violín. Y, de repente, alguien como ella pone esto sobre la mesa. Me parece no solo importante. Es imprescindible.
–Ha vuelto a demostrar que esta música puede llegar a los jóvenes.
–Se dice que los jóvenes no tienen atención suficiente para entender o escuchar la música clásica, pero es falso. En mi público hay adolescentes que tienen más respeto que la inmensa mayoría de los adultos que conozco. He tocado en sitios sagrados, como el Teatro Real, y el público está mirando los móviles. Y luego toco en una escuela o un festival de rock con gente mucho más joven y hay un silencio absoluto. Yo soy muy, muy fan de los adolescentes. No podría imaginarme hoy en día siendo adolescente, me parece horroroso lo que hemos hecho con ellos. Hemos jodido el mundo con las redes, con el bullying, con la pornografía, mira cómo se comportan los políticos. Y aún así, ahí están, sobreviviendo e inspirándonos. Solo tengo admiración para ellos. Y estoy cien por cien seguro de que si tienen la oportunidad de escuchar esta música se van a enamorar. Si solo cuatro o cinco personas después del concierto buscan en Spotify a Bach o Chopin, yo ya más contento imposible.
–¿Es el objetivo final? ¿Despertar esa inquietud?
–Cualquier músico tiene ese deseo. Lo bueno es que yo, la verdad, no tengo que trabajar demasiado para conseguirlo, porque la música lo hace todo. Es el milagro de estos compositores. De hecho, lo que quiero hacer en cualquier concierto es desaparecer por completo y escuchar, escuchar esta maravilla de Chopin. Ellos, estos genios, son los que hacen el trabajo. Yo solo tengo que aprender a memorizar las notas y tocarlo lo mejor que puedo. Pero no se trata de mí para nada. Se trata de esta música.
–Habla con una pasión muy contagiosa.
–Imagínate, yo era como un crío mirando a Messi con ocho años, soñando, rezando, deseando con toda su pequeña alma algún día jugar en el Camp Nou. Y de repente, 20 años más tarde, lo consigue. Pues yo siento lo mismo. Estoy en la Laboral, un recinto para mí mejor que el Auditorio Nacional en términos de acústica, y compartiendo el escenario con mis héroes, los pianistas que desde mi infancia son como mis dioses. Y puedo tocar estas piezas con un público así y en un piano que vale 250.000 euros. Y encima me pagan. Es que yo flipo, es un lujo, y nunca lo quiero olvidar porque yo sé lo que ha hecho la música por mí. Me salvó la vida. Si yo puedo devolver el más mínimo porcentaje de este regalo a los demás, pues es un honor. Es mi motivo para estar vivo.
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