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RAMÓN AVELLO
OVIEDO.
Sábado, 23 de junio 2018, 00:20
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Hace un año, más o menos por estas fechas, Pablo González hizo un pequeño milagro, repetido ayer, además de abrir un interesante camino para el Oviedo filarmónico y mahleriano. El milagro fue el hacer que dos orquestas, la OSPA y la OFIL, bastante diferentes entre sí aunque tengan su sede en la misma ciudad, una, grande y mejor orquesta. Pablo sabe que unir dos orquestas es muy diferente a juntarlas. La unión va mucho más allá de buscar un refuerzo o un complemento sonoro y lo que él trata de encontrar es esa unidad emocional en la variedad, por la que, de repente, casi cien músicos y mil quinientos espectadores, repentinamente empiezan a lo que Guillén llamaba «vivir de acuerdo», sentir lo mismo con el alma en vilo, este año al compás de la 'Sexta', de Mahler.
El camino iniciado antes aludido, es muy ambicioso: interpretar por las dos orquestas las diez sinfonías del compositor austriaco. El pasado año, la 'Segunda Sinfonía', conocida como 'Resurrección', inició vibrante y brillantemente la singladura. Ayer, con 'la Sexta', se culminó la segunda etapa. Quedan ocho. En lontananza ya se adivina -¡Ojalá que no tarde en llegar!- los ecos de la 'Octava Sinfonía', la denominada 'Sinfonía de los mil'.
Aunque la 'Sexta' se conoce con el apodo de 'trágica', por sugerencia de Alma, la mujer del compositor, Gustav Mahler no hablaba de tragedias, sino de enigmas. Enigmática es la marcha inicial, que preludia el camino al expresionismo alemán. Enigmático son los tres golpes del movimiento final, que sugiere las idea del destino. Enigmáticos los temas, empezando por el que simboliza a Alma Mahler, en la sección más pausada del primer movimiento, o las campanas del rebaño del 'Andante' y de los movimientos extremos, que nos envuelven en un ansia de ascensión y de pureza.
Todo ello lo subrayó Pablo González en una versión honda y expresiva. Fundamentalmente, hay una claridad narrativa de raíz expresionista, sostenida por ritmos muy marcados y una claridad melódica muy interiorizada. Todo ello, contó con la doble colaboración orquestal, en una obra dificilísima, pero que se proyectaba con una unidad de conjunto verdaderamente rigurosa y apasionada.
En la pausa, Pablo González se dirigió a una persona que estaba abriendo un caramelo: «Acelere un poco para ir a tiempo», animó el maestro, que recibió por ello una gran ovación. La misma que esa fusión orquestal en la que los músicos procedían de dos formaciones, pero la voluntad era única. El gran mérito de este excepcional director asturiano.
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