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KAY LEVIN
GIJÓN.
Viernes, 17 de mayo 2019, 01:29
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«No es un libro de autoayuda ni tampoco es un recetario para ser feliz, sino las claves para entender: un viaje al centro de la vida», avisó previamente María de Álvaro, responsable del Aula de Cultura de EL COMERCIO, a las casi doscientas personas que ayer llenaron dos salas de la Antigua Escuela de Comercio de Gijón para la presentación de 'La vida en cuatro letras', de Carlos López-Otín. La presencia del científico provocó colas a la entrada del acto, organizado por el periódico con el apoyo del Ateneo Jovellanos, que estuvo representado por su vicepresidente Luis Rubio, y hubo que acondicionar una sala extra para que los interesados siguieran la conferencia por televisión. El catedrático de Bioquímica hizo un repaso de su obra, fruto de su crisis existencial tras el sacrificio de los 6.000 ratones modificados genéticamente de su laboratorio. «Pensé que me quedaba sin futuro, tuve un eclipse del alma y vi el lado oscuro de la humanidad», afirmó sobre ese momento.
Aprovechó para reclamar, ante «esa perversión», que se valore más la ciencia y su aportación social. Después de perder «el propósito de la vida» en esa «etapa en el desierto», comenzó a investigar la felicidad para «volver a sentir algo positivo» y «entender de nuevo la enfermedad y el origen de la vida». De ese viaje surgió este libro, donde explica cómo la historia de todo lo viviente se puede resumir en las cuatro letras del código molecular del ADN. Unos inicios en los que fueron fundamentales virus y bacterias, «que hoy forman el 90% de nuestra sustancia biológica» tras evolucionar con los organismos en sociedades celulares cooperantes. El progreso de esas células vino gracias «al invento de la muerte» y a la comunicación, que en el caso humano permitió formar una cultura que «cambió la historia de la especie». A partir de esas bases, la vida «estaba prevista para la felicidad», pero esta es impedida, entre otras razones, por las enfermedades, uno de «los riesgos» de ser pluricelulares.
Sin embargo, añadió, «si fuéramos perfectos seríamos todavía hoy microbios». Dentro de esa imperfección, continuó el científico, se encuentran las dolencias hereditarias y las provocadas por el entorno. Ante eso, la investigación del genoma, subrayó, abre nuevas posibilidades para frenar las vulnerabilidades e «incluso prever el talento matemático o artístico» de cualquier persona.
En este sentido, recalcó que una de las mayores debilidades del 'homo sapiens' es la entropía natural, es decir, el desorden de la vida y el universo en su desarrollo. Otra sería la ignorancia: «Me gustaría que el último dinosaurio vivo hubiera tenido un teléfono móvil para grabar sus sensaciones», dijo, ya que «igual que nosotros, eran la especie dominante y no vieron sus flaquezas». Por ello, añadió, resolviendo este punto sería posible afrontar el cambio climático. Y, por último, la hipersensibilidad, un «don terrible», dijo resignado.
Ante este entorno, la ciencia «promete el dataísmo como una nueva religión para entender la vida», consistente en acumular datos. En cuanto a su aplicación médica, defendió la responsabilidad de que las nuevas terapias lleguen «a todos, sin generar brechas sociales», usando la tecnología actual. Por ejemplo, citó la reprogramación celular, el desciframiento del genoma y la edición genética como técnicas para conseguir «cosas que hoy parecen imposibles». Y, con estas posibilidades, «¿por qué no somos felices?», se preguntó. Para conseguirla citó la ausencia de miedo y dolor, junto al bienestar físico y emocional, como caminos. En la era actual la gente «tiene más miedo del debido» y eso se podría reducir con edición genética, al igual que el dolor, que sentimos «de forma excesiva». También se puede afrontar de forma natural, recordó, ya que «las vacaciones son para los genes como el perdón para los cristianos, porque reducen el estrés y lo curan casi todo al potenciarse el sistema inmunológico».
Entre sus consejos para conseguir ese bienestar en el día a día, López-Otín recomendó una buena nutrición y los paseos en la naturaleza, como en Japón, donde «la Seguridad Social cubre los 'baños de bosque' de sus ciudadanos».
En la parte final de su intervención, citó el azar como otro punto fundamental en este proceso, «una fuerza que afecta a todas las personas» y ante la que la inteligencia artificial se presenta como «el futuro de la humanidad». El científico aludió a las investigaciones que señalan que algún día se podrán «crear humanos y conseguir híbridos máquina-persona», hasta que el 'homo sapiens' pierda el sustrato biológico para ser «un robot». «El triunfo de las máquinas va a suceder. Ahora no solo ejecutan órdenes, sino que aprenden». Y, en esa tesitura, en la que el ser humano llegará a la versión 2.0, «la versión actual tiene pocas posibilidades de salir adelante, acabará como los dinosaurios». El libro, explicó en una nota más positiva, propone «una revolución» para «no conformarnos con este destino», que sería inaugurar una nueva especie llamada el 'homo sapiens sentiens'. «Lo que hace distinto al ser humano es su capacidad de sentir», y en esa vía apuntó a que, en un futuro, se podría imaginar que dentro de este ámbito hubiera en Gijón «una ingeniería de los sentimientos».
Entre sus propuestas para esa evolución en positivo, señaló áreas en las que «un pequeño esfuerzo aporta cambios radicales», como aceptar que «somos imperfectos»; observar; practicar la introspección cada día; y fijarse en las emociones para lograr esta meta de bienestar. Porque, terminó, «la felicidad cotidiana es la más difícil de conseguir y también la más barata».
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