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Dulce Pontes, anoche en su concierto en Gijón. CAROLINA SANTOS
Entre la pasión y la delicadeza

Entre la pasión y la delicadeza

Dulce Pontes celebró en Gijón sus tres décadas de música | La cantante portuguesa intercaló temas de siempre con los de su último álbum, 'Peregrinaçao'

PABLO A. MARÍN ESTRADA

GIJÓN.

Domingo, 19 de enero 2020, 01:07

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Fadista lunes y viernes, se autodefine Dulce Pontes en la gira con la que celebra sus treinta años sobre los escenarios y que ayer la llevó al Teatro Jovellanos. El resto del tiempo, la cantante portuguesa amplía el negocio a los más diversos géneros. En realidad, así se ha movido siempre. Su nombre se unió a los de Mísia o Mariza en la renovación del fado a comienzos de los noventa, pero ella mostraría desde su segundo disco, 'Lágrimas' que en su retrato de familia, la gran Amália hacía buenas migas con José Afonso. Ambos habían explorado con similar intuición en el tesoro de la música popular de Portugal e ido más allá. Su último álbum 'Peregrinaçao' (2017) muestra que sigue buscando ahí la magia para emocionar, con temas recuperados de la tradición o inspirados en ella; también en fuentes vecinas como la española.

Buena parte del repertorio que anoche ofreció al público gijonés que había agotado las entradas para verla estuvo formado por canciones del nuevo disco y, como no podía ser menos en un tour de aniversario, habría espacio reservado para los viejos temas y la sorpresa.

Abrió sola al piano con 'A minha barquinha', un tema íntimo de su disco 'Primeiro canto' que ya marcó el prodigioso vuelo de su voz y en la misma cercanía, a media luz, 'La boheme' de Aznavour en español, y su insólita textura entre el bel canto y la rabia de Chavela. Giro después al diapasón con otro viejo tema 'Ondeia'. Igual de asombroso y cambio de palo con la entrada de sus músicos Daniel Casares (guitarra) y Yelsi Heredia (contrabajo) para invitar al baile a ritmo de son cubano. Y llegó el fado: 'Máscara' para conquistar del todo al público. 'Senhora' ya no bajaría el listón así irían sonando 'Senhora do Almortao', poderosa, la gracia de 'O pato' y una suite de temas en los que la letra se convertía en hechizo, sonido puro, alucinante onomatopeya jugando entre las formas de la bossa nova y el flamenco. Con su intransferible sello iría desgranando 'El último trago', de José Alfredo y la Vargas, y 'Procuro olvidarte', del también mexicano Alejandro Fernández.

Se despidió a lo grande -ella lo es- con 'La leyenda del tiempo', de Camarón. Y todavía volvió al escenario para hacer el bis que ningún fan le perdonaría olvidar, una 'Cançao do mar', que la sepultó en aplausos. Fue un adiós con el teatro en pie.

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