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Muestra del museo Picasso de Málaga. EFE
Las presas del surrealismo dejan la cárcel del olvido

Las presas del surrealismo dejan la cárcel del olvido

El museo Picasso de Málaga reivindica el genio insumiso de eclipsadas creadoras como Frida Kahlo, Dora Maar, Leonora Carrington, Meret Oppenheim o Claude Cahun

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Lunes, 9 de octubre 2017, 22:24

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Los surrealistas reinventaron el arte, pero no frenaron su secular misoginia. Las artistas próximas a Breton, Aragon, Picasso, Dalí, Magritte o Man Ray, tenían tanto genio como ellos, pero no obtuvieron, ni de lejos, el mismo reconocimiento. Y no fue por falta de talento y originalidad, como se ve en la muestra 'Somos plenamente libres. Las mujeres artistas y el surrealismo'. Con ella el Museo Picasso de Málaga saca de la cárcel del olvido a estas «creadoras insumisas» que «respiraron el aire surrealista», según su comisario, José Jiménez. Al retirar la pesada losa de la desigualdad y la ignorancia que sepultó su genio, reivindica el legado de unas artistas transgresoras y rebeldes que debieron, además, luchar para quebrar las imposiciones sociales y morales de su época.

Nada nuevo bajo el sol en una historia del arte que ha relegado a las mujeres al papel de musa, modelo o compañera. Dora Maar, Frida Kahlo y Lee Miller eran solo las 'costillas' de Picasso, Diego Rivera y Man Ray antes de ser reconocidas como las grandes artistas que fueron. El Prado ha tardado dos siglos en dedicar una muestra a una pintora, Clara Peeters. De sus 5.000 artistas catalogados, solo 53 son féminas y expone únicamente cuatro obras de mujeres de una nómina de 8.000 piezas.

Para constatar que en el arte no todo es testosterona y 'androcentrismo', el Museo Picasso reúne 124 obras, muchas inéditas aquí, de 18 autoras de muy diferentes orígenes, trayectorias y mundos creativos. Su denominador común es haber sido silenciadas, relegadas a un papel secundario ante sus colegas varones, cuando no ignoradas, y respirar ese asfixiante «aire surrealista» sin pertenecer formalmente al movimiento y ser surrealistas sui géneris.

Algunas son tan populares como Frida Kahlo, Dora Maar, y Leonora Carrington. Otras conocidas, como Meret Oppenheim, Claude Cahun, o las españolas Remedios Varo, Ángeles Santos o Maruja Mallo, -«mitad ángel, mitad marisco», decía Picasso de esta capitana de 'las sinsombrero'-. Y las hay prácticamente desconocidas para el gran publico, como Eileen Agar, Germaine Dulac, Leonor Fini, Valentine Hugo, Lee Miller, Kay Sage, Dorothea Tanning, Toyen, y Unica Zürn.

La muestra reivindica a estas insumisas damas del arte a quienes la historia y la crítica ha negado la misma atención que a sus compañeros de viaje. Todas se relacionaron en algún grado con el 'hombruno' movimiento surrealista a partir de los años veinte del siglo pasado. Pero los genios como Picasso, Ernst, Dalí o Man Ray eclipsaron a estas 18 «rebeldes y luchadoras» según Jiménez, catedrático de Estética y comisario de esta exposición de «mujeres artistas que entonaron la canción de la libertad en esa opresora atmósfera surrealista».

Se ha fijado Jiménez «en la calidad de las obras» y «en la autonomía como sujetos pensantes y creativos» de unas mujeres «que se negaron a integrarse en el movimiento con el que dialogaron anteponiendo la búsqudda de su libertad». Un proceso que cuenta a través de las pinturas, dibujos, esculturas, collages, fotografías y películas reunidas en Málaga hasta finales de enero.

En masculino

Los surrealistas no quebraron esa línea machista de la historia del arte que se remonta a la primer pintora conocida, Ende -'pintrix et dei aiutrix' (pintora y sierva de Dios)- una copista de códices del siglo X, y que relegó a grandes pintoras como Sofonisba Anguissola o Artemisa Gentileschi. Fue una ideología transgresora y anti-academicista «que aún apoyando la igualdad y la opción artística de la mujer, la consideró más cómo objeto artístico que como sujeto creador», según Jiménez.

Perpetuó un sistema que relega a la mujer a mera inspiradora, modelo o artista menor. Que ningunea sus obras y las circunscribe a un contexto doméstico y de inferioridad. Los 'machos alfa' surrealistas «contemplaban a la mujer en un plano idealista y pasivo, como eterna mujer-niña, musa, esposa y objeto sexual, como un enigma que debía ser descifrado a disposición de su imaginación y de sus deseos y a quien se niega la condición de sujeto», apunta el comisario.

Pero no se dejaron. Hubo en la órbita surrealista notables creadoras merecedoras del reconocimiento que solo muy recientemente se les ha otorgado y que revalida la muestra «considerando su obra con la misma atención y respeto del que han disfrutado sus compañeros durante tanto tiempo».

Y hubo caso flagrantes como el de Germaine Dulac, autora de 'La Concha y el Reverendo' la primera película surrealista, presente en la muestra, rodada en 1927 y estrenada en 1928, un año antes que 'Un perro andaluz' de Buñuel, que se quedó con el cetro del cine surrealista. « La película de Dulac fue boicoteada, pateada y hundida por Breton, Éluard y Aragon, alentados por el guionista, Antonin Artaud, insatisfecho con el resultado», explica Jiménez. «'Germain Dulac es una vaca' clamaron su deliro machista, robando a Dulac su puesto de pionera del cine surrealista.

«Creadoras de su realismo»

El surrealismo de estas artistas «era realmente su realismo interior y lo manifestaron trabajando en una gran variedad de técnicas», apunta José Jiménez. Varias de ellas sufrieron tragedias, enfermedades y abusos a lo largo de sus vidas. En el origen de la era psicoanálítica, «su arte visualizaba la psique femenina como nunca se había mostrado, iniciando un diálogo que transformaría gradualmente las relaciones entre géneros». Muchas de sus obras tienen así naturaleza autorreferencial, con el autorretrato como bandera. «Sentían la necesidad de plasmarse a sí mismas para expresar quiénes eran y qué sentían».

A diferencia de sus colegas masculinos, ellas se sumergen en el inconsciente «como medio de autoconocimiento» y «con un sentido más introspectivo que lúdico», según el comisario. El surrealismo fue «la herramienta con la que exploraron su ser femenino en el mundo y con el que exorcizaron demonios».

Cuando tras la segunda Guerra Mundial huyeron a Estados Unidos y México, «encontraron allí su liberación y revolución como surrealistas», alejadas de la órbita parisina de Breton. El exilio ofreció a estas mujeres un ámbito de libertad vedado en Europa y la posibilidad de reinventarse en su independencia y en su imaginario.

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