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Nayim Temine. CAROLINA SANTOS
«No puedo entender mi vida sin teatro

«No puedo entender mi vida sin teatro

Los planes de este gijonés se encaminaban a la Medicina pero su destino estaba escrito en las tablas

PABLO A. MARÍN ESTRADA

Domingo, 21 de julio 2019, 00:38

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Nayim Temine (Gijón, 1997) recuerda con cariño y humor la fiesta de una infancia no tan lejana en la que su madre le hacía cantar todas las noches y mientras él entonaba «con mi voz de pito, muy aguda, ella -que siempre había querido dedicarse a la música- hacía las voces graves». Además de los duetos en familia, este gijonés de apellido franco-argelino bailaba a todas horas y jugaba a ser otro bajo máscaras imaginarias. Ahora cursa Interpretación Musical en la RESAD (Real Escuela Superior de Arte Dramático) de Madrid y afirma con una naturalidad exenta de retóricas que «ya no podría entender mi vida sin el teatro».

No siempre lo tuvo tan claro Nayim. Cursó el bachillerato de ciencias y su horizonte académico se enfocaba a la Medicina. «Me atraía mucho y en el instituto parece empeñados en que elijas una carrera 'digna', que te dé trabajo. Ahora creo que lo que debes buscar es algo que te haga feliz, pero entonces ni se me ocurría que cantar y bailar -lo que mejor se me daba- pudiese ser una profesión», relata. Sus dos mejores amigas no pensaban lo mismo. Fueron ellas las que le sugirieron formarse en las artes escénicas. «Yo no lo veía. Me presenté a la EBAU y no alcancé la nota para Medicina. Fue un golpe duro y lo mejor que me pudo pasar porque redirigió mi vida hacia las tablas».

En la ESAD de Gijón al principió le desconcertó verse «jugar al pilla-pilla -para aprender a desinhibirse- con los demás alumnos, mientras mis amigos se examinaban de química». Pronto percibió que, además de divertidas, las disciplinas dramáticas eran una buena vía para conocerse a uno mismo: «Tu cuerpo es el instrumento, eres músico de tus emociones y ello te obliga a probarte, a buscar dentro de ti», explica. El ambiente en el aula también lo atrapó: «Éramos 14 personas y la relación con los profesores de tú a tú, un contacto que llegaba a lo físico. Me encantó».

Su segunda llamada le llegaría mientras veía en la cafetería de La Laboral un video de la bailarina Pina Bausch. Una compañera le preguntó qué le sugería y él vio la luz: «Que lo mío es el teatro musical». Lleva dos años en Madrid formándose para ello. Entre clase y clase no se pierde un casting «sea para una función en la Gran Vía o para que te contraten en un 'scape room' o de bailarín-animador como ya trabajé aquí». Su actuación más brillante, al menos en lo pecuniario fue un anuncio para una conocida marca nacional de cerveza: «Con el dinero me pagué un curso de danza».

De Asturias -donde pasa el verano realizando trabajos esporádicos- extraña «la calidad de vida» y confiesa que «ojalá pudiera quedarme, pero no hay nada, ya lo probé». Tampoco la villa y corte le atrapa: «Me veo por ahí, sin quedarme demasiado en el mismo sitio». El futuro lejano lo sueña «dedicándome a la docencia, pero después de haber rodado mucho por los escenarios». De momento, espera a que lo llamen de la Feria de Muestras y volver a Madrid con algo de dinero para el próximo curso. Sonríe: «Es lo que hay».

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