Recuerdos y nostalgia
Nicolas Muller. La Galería Caicoya acoge una muestra de este fotógrafo que recorrió mundo cámara en mano, fijándose en lo cotidiano y lo extraordinario
El color de Hungría, de Marruecos, de Francia y de Asturias se desvanece en las paredes de la ovetense Galería Caicoya y se convierte en ... blancos y negros que dan cuenta de una época de sudor, lágrimas e instantes de irreverencia. Esta sala alberga –hasta el 29 de marzo– una exposición del fotógrafo Nicolas Muller, en la que se ven sus saltos por el mapa; siempre con la cámara en la mano, siempre retratando fielmente todo aquello que se colocaba al alcance de su objetivo, al alcance de su mirada.
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Nacido en 1913, este artista retrató la realidad con la que se iba encontrando en Austria, Italia, Francia, Portugal, Marruecos y, por último, en España. Fue, al llegar a nuestro país, cuando se enamoró de Asturias, de la mano de Fernando Vela y, con él, se quedó deslumbrado, al descubrir el paisaje del oriente; ese lugar que lo acogió hasta que su vida se quedó sin fuerzas, cuando el siglo XX se iba cerrando.
Y fue precisamente entre las fronteras de nuestra región donde descubrió lugares y maneras de hacer y de ser que ahora se aprecian en la galería ovetense. Las redes de pesca de Cudillero dibujan una estampa costumbrista de niños y ancianos, compartiendo miradas y momentos efímeros que, gracias a Muller, quedaron guardados en el tiempo. Como quedaron atrapados los tatuajes de un hombre, de torso desnudo en el Burdeos de 1938, y las calles gaditanas de Vejer y de Arcos de La Frontera, cuando todavía no había turistas ni tiendas de souvenirs plagando las aceras.
Pero no todo es cotidianidad en esta exposición, en la que también se puede ver el desnudo de una mujer con un galgo en Tánger y la libertad de una bailarina en el Marruecos de 1942, con la piel brillando y el alcohol corriendo como el tabaco por su alrededor. Su naturalidad choca con las manos callosas de un campesino en Hungría y con el peso del trabajo en el Portugal de 1939.
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Pero no todo es cotidianidad en esta exposición, en la que también se puede ver el desnudo de una mujer con un galgo en Tánger y la libertad de una bailarina en el Marruecos de 1942, con la piel brillando y el alcohol corriendo como el tabaco por su alrededor. Su naturalidad choca con las manos callosas de un campesino en Hungría y con el peso del trabajo en el Portugal de 1939.
Mercados, cestas con frutas y nieve en París salpican las paredes de arte, de recuerdos y de nostalgia. Y, entre esa amalgama de momentos, también hay romerías, con la Casa de Campo de 1950 de fondo, y la rutina de una chica lavando la ropa en un río de Ávila. Una escena que marcó la vida de miles de mujeres del siglo pasado, en aquellos tiempos en los que era rutina jugar en corro en Argamasilla de Alba (Ciudad Real) y recorrer los campos sembrados de San Cristóbal de Entreviñas (Zamora). En todos los rincones hay algo de magia, de esa con la que Nicolas Muller era capaz de envolver todo lo que fotografiaba. Tenía él facilidad para hacer poemas con la mirada, con la cámara, y en esta exposición se vuelven un abrazo de nostalgia.
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