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Ovación para el estreno de 'Porno' en el Palacio Valdés, con Anacelia Álvarez, Sandro Cordero, Cristina Lorenzo y Roca Suárez en escena

pablo antón marín estrada

Jueves, 24 de septiembre 2020, 01:00

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Maxi Rodríguez es un dramaturgo capaz de expresar desde las formas aparentes de la sencillez y de lo cotidiano –verbalmente desde el lenguaje coloquial– asuntos de una honda y turbia complejidad. No los busca en las abstracciones filosóficas, sino en la realidad que nos rodea y sobre la que en estos tiempos donde todo sucede a la velocidad 4G, parece que nos da cierta 'galbana' pararnos a reflexionar. Él mismo utiliza la escritura y su posterior puesta en escena –cuando además dirige– para indagar en esos conflictos y luego poder compartir su reflexión con el público. Y si ya en su anterior función 'Niué. Under the Coconuts' destripaba en vivo el horror grotesco del naufragio en que vivimos, en la obra que ayer se estrenó en el Teatro Palacio Valdés, 'Porno', se mete de lleno en un jardín no más cómodo de invitar a desbrozar al espectador, es decir al vecino o vecina, a usted y a todos nosotros, los demás.

La pornografía emocional propia y en nuestras relaciones con los otros forma parte del guion que nos dicta a seguir –y que seguimos– la sociedad contemporánea. En ella el porno puro y duro –valga el chiste–, solo es una cabeza más de la hidra, aunque contiene y visibiliza la precariedad moral o existencial que le sirve de hábitat. Sobre esta realidad llena de aristas construye Rodríguez su pieza y mueve la acción y a sus actores en las tablas con su claridad habitual.

Diálogos ágiles y brillantes –también marca de la casa– van introduciéndonos en el meollo de esta tragicomedia que resuelve con la exigencia pautada desde la dirección y con su calidad interpretativa, el elenco formado por Cristina Lorenzo, Sandro Cordero, Anacelia Álvarez y Roca Suárez.

El resultado es una cruda y divertidísima función en la que el texto despliega toda su magia para conectar el interés del público creando climas y ritmos magistrales mediante la palabra, el movimiento y el eficaz viejo juego de la farsa, consiguiendo ponernos frente a un espejo que muestra con toda su brutalidad esta nuestra sociedad empantallada e incomunicada en las relaciones cara a cara, y donde lo patético y obsceno va de la imagen sucia al aún más puerco: «Sufro y lo cuento», que proclama el personaje de Anaciela Álvarez, espléndida como sus otros compañeros.

Muy merecida ovación para esta perla que debería rodar lo suyo más allá de este Norte, como ya hicieran otras piezas de este ya consumado dramaturgo, que esta vez no se ha subido a las tablas.

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