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La era de la sidra

La Fiesta de la Sidra Natural de Gijón celebrará el año que viene su trigésimo aniversario. No fue el primero: en 1969 había surgido ya el Festival de Nava

Domingo, 25 de agosto 2019, 01:00

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Aquel año se sospechaba que la sidra no sería buena o, al menos, no tan buena. La escasez de producción en la cosecha de manzana había hecho que, a escasos días de celebrarse el primer Festival de la Sidra Natural en Gijón, no pocos llagareros se allegasen a Francia para comprar manzana gabacha, presuntamente peor que la asturiana, al menos para lo que a nuestro líquido y dorado elemento se refiere. Pero los productores estaban seguros de que, salvado el escollo, «después del proceso de fermentación», se conservarían «los mismos poderes nutritivos de siempre». A saber: el poder preservar de todo mal y combatir la gota, aseguraban sin asegurar, medio en broma y medio en serio, los primeros llagareros que hace ahora veintinueve años se apostaron bajo los arcos de la plaza del Ayuntamiento de la villa.

Era 1990. El primer año que se celebró el Festival de la Sidra Natural de Gijón, con perdón de la villa decana en este trasunto, que no podía ser otra más que Nava. A 1969 se remonta la historia del festival, homólogo al gijonés, naveto. En aquella ocasión, hace ya cincuenta años -aunque sea menos el número de festivales celebrados, por ser bianuales en las primeras ediciones-, en las verbenas celebradas al efecto en la plaza del Bombé se eligió hasta reina: Paloma Berros, sonriente muchacha que posó para EL COMERCIO frente al ya mítico primer cartel de las fiestas. Si por entonces fue el alcalde naveto, José María Caso, el creador de los festejos, en el caso gijonés, veintiún años más tarde, el festival surgiría de la iniciativa del concejal de Festejos, a la sazón Daniel Gutiérrez Granda, y de la Asociación de Lagareros de Asturias. «Nuestro propósito es hacer un festival que, sin rivalizar con ninguno de los ya existentes, a los que seguiremos acudiendo, sea un orgullo para los lagareros», afirmó entonces Luis Prieto, su presidente.

Fueron tiempos de sidra. Siguen siéndolo. Asturias se afianzaba como destino turístico de propios y extraños y, en un contexto tan enriquecedor, bien compensaba la inversión de hacer que cualquiera de las miles de personas que veraneaban ya en Gijón pudieran probar, gratuitamente, uno de los máximos exponentes de la cultura regional. El festival se celebró por vez primera el quince y el dieciséis de agosto, en los soportales de la plaza del Consistorio gijonés, de siete de la tarde a diez de la noche y con la presencia de ocho estands que representaban a diez lagares distintos. Se imprimieron cinco mil folletos informativos y otros tantos vasos que, engalanados con sendas pegatinas -una de las fiestas gijonesas y otra de la Asociación de Lagareros-, se acabaron vendiendo a menor precio del que se preveía: 150 pesetas frente a la idea original de que pudiera llegar a las 250.

Aquel año se estrenó el galardón del «lagarero de oro», que recayó sobre Peñón, y repitió el Concurso de Escanciadores, que ya surgiera, aunque sin Festival asociado, en el 89. Si en el primer año lo había ganado Manolín 'El Zurdo', de la sidrería Guanikey, en el 90 el vencedor -«más una cuestión de honor que crematística», comentó EL COMERCIO al día siguiente: el premio, de cien mil pesetas, fue para repartir entre los ocho primeros clasificados- acabó por ser para Francisco Martínez, de la sidrería maliaya El Faraón. No era tarea fácil: desde entonces hasta ahora, casi tres décadas después, las normas son claras. Hay que sacar cinco culinos por botella, cada uno de 130 centímetros cúbicos de sidra, con cincuenta de madre al fondo. Y hacerlo, además, elegantemente.

«Creemos que puede ser una buena promoción para la ciudad», afirmó, para la ocasión, Daniel Gutiérrez Granda, «y, si sale bien, deberá potenciarse en los próximos años». No andaba desencaminado. A doce meses de celebrar su trigésimo aniversario, la Fiesta de la Sidra Natural gijonesa va camino de convertirse, de nuevo con permiso de los navetos, en una de los más longevos de la región, y los dos días iniciales del evento se han alargado hasta generar toda una semana de celebración. Y hasta un récord Guiness, revisado anualmente desde su instauración en 1998.

Todo es poco para salvaguardar la más dorada muestra de la cultura popular asturiana. «Lo importante en la sidra, natural o de la otra, no es su antigüedad, sino la calidad y la buena comercialización», aseguraba una vieja sección de este periódico, el cuatro de julio de 1970, en aquella ocasión aludiendo al festival de Nava, donde «lo saben bien. (...) El folklore y la industria se unen en estos festejos. Un buen matrimonio al cual se le debe desear amplia descendencia, por el bien de todos». Cuarenta y nueve años después de aquella reflexión, podemos afirmarlo: la descendencia es amplia, generosa y está por durar. ¡A por los treinta años los playos y a por los cuarenta y dos los navetos!

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