Capablanca: un siglo del campeón mundial
Tal día como hoy, 20 de abril, hace cien años, el genial cubano inscribió su nombre en el olimpo ajedrecístico
Este genial ajedrecista cubano fue español sus diez primeros años de vida. Nació en La Habana cuando Cuba era aún una provincia española, hijo del entonces teniente José María Capablanca y de María Graupera, ambos isleños de ascendencia española. José Raúl fue un niño prodigio que, a los cuatro años, aprendió los movimientos sólo con observar dos partidas de su padre con otro oficial. Advirtió a su progenitor de un error en un salto de caballo y éste, estupefacto, jugó con él y perdió. Como él dijo, aprendió ajedrez antes que a leer. Su capacidad de comprensión era oceánica, como la de Wolfgang Amadeus Mozart, quien tocaba el violín a la misma edad. Fueron niños con una habilidad cósmica para interpretar un lenguaje y lenguajes son la música y el ajedrez. Por esta razón, Mozart brilló en los pentagramas y Capablanca en los tableros.
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Primeros éxitos internacionales
Cursó Ingeniería Química en Nueva York, pero sus visitas al Club de Ajedrez de Manhattan le hicieron abandonar los libros y abrazar los alfiles. A los veinte años derrotó al subcampeón mundial Frank Marshall y, con veintidós, ganó en San Sebastián un fuerte torneo con varias figuras internacionales. Retó al campeón mundial Enmanuel Lasker, pero al alemán no le agradaron sus formas, discutieron y dejaron de hablarse. Entonces no había organismos internacionales, el título era propiedad del campeón y lo ponía en juego con quien estimaba oportuno.
El ascenso a la élite mundial
Trabajó para su Ministerio de Asuntos Exteriores y debutó en la Embajada de Cuba en San Petersburgo, donde, en 1914, se disputó un torneo histórico con la élite mundial. Quedaron cinco finalistas, tres de ellos fueron campeones del mundo y dos subcampeones. Ganó Lasker y detrás quedaron Capablanca, Alexánder Alekhine, Siegbert Tarrasch y Frank Marshall, quien cuenta que fueron distinguidos con el título de Gran Maestro de Ajedrez por el mismísimo Zar Nicolás II Románov.
El ascenso a la élite mundial
La Gran Guerra dejó millones de muertos, una enorme miseria, paralizó la economía y, por ende, la actividad ajedrecística. Capablanca publicó un libro para demostrar que él era el mejor del mundo y que Lasker no podía rehuir un duelo con él. La escasez de dinero no permitía financiar el encuentro y Lasker, para evitar reproches, renunció al título en su favor. Pero el cubano quería ganar en el tablero y buscó fondos que, tiempo después, aportaron acaudalados caribeños. Se enfrentaron en La Habana en 1921. El germano abandonó tal día como hoy, 20 de abril, y Capablanca inscribió su nombre en el olimpo ajedrecístico como tercer campeón mundial de la historia.
Su batalla frente a Alekhine
Capablanca confiaba ciegamente en su talento y era muy renuente al trabajo. Prefería el tenis, los restaurantes, las noches y, muy especialmente, las damas, no las ajedrecísticas sino las del gran tablero de la vida. Capablanca, como dicen los franceses, era un bon vivant. A pesar de esto, triunfó en torneos fortísimos gracias a que su lenguaje era el ajedrez.
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Alekhine lo desafió a poner su título en juego, aunque nunca lo había derrotado. El mundo estaba convencido de la victoria del cubano, quizá con la única excepción del propio Alekhine. La autoconfianza es crucial para competir, una gran virtud hasta un umbral y, traspasado éste, un defecto grave que impide calibrar adecuadamente al rival. Buenos Aires fue el escenario de una enorme sorpresa, porque Capablanca no se preparó y perdió el título.
La revancha que nunca llegó
El ruso impidió siempre el duelo de revancha, incluso rehusó participar en los torneos que jugaba el isleño. Alekhine sabía que el único capacitado para vencerlo era Capablanca y sólo aceptó duelos con ajedrecistas inferiores a él.
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El cubano ganó torneos fortísimos, como el de Nottingham, donde, once años después, se enfrentó a Alekhine y lo derrotó. Pero el ruso, entonces francés, jamás le concedió la revancha por el título y murió como campeón mundial en 1946. Capablanca se nos fue antes.
El fallecimiento del genio
El ocho de marzo de 1942 es una fecha luctuosa para los amantes de esta disciplina. La tarde anterior se desplomó en el Club de Ajedrez de Manhattan, lo trasladaron al hospital Monte Sinaí y falleció de madrugada, con sólo cincuenta y tres años, a causa de una hemorragia cerebral provocada por la hipertensión arterial que sufría. Los obituarios fueron unánimes: había fallecido el mejor ajedrecista de todos los tiempos. No faltó la opinión de su gran rival, que escribió: «Nunca antes hubo, ni volverá a existir, un genio igual», Alekhine dixit, et dixit bene.
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Su cuerpo fue trasladado a la tierra que lo vio nacer, donde lo esperaban miles de cubanos para acompañarlo en su último viaje, desde el Capitolio de La Habana, donde fue velado, hasta la Necrópolis de Cristóbal Colón, donde descansan los restos mortales del más inmenso talento que la historia del ajedrez nos haya regalado.
Cuenta su biógrafo Jorge Daubar que Capablanca estuvo en Gijón en un viaje de regreso a Cuba, tras jugar en Karlsbad en 1929. Indica que pernoctó en la villa varios días mientras esperaba un buque trasatlántico. Lamentablemente, no quedó registro de esta estancia ni una sola reseña en la prensa.
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