El día que Gijón estalló por el baloncesto
Tres décadas después, los protagonistas del primer ascenso de un equipo asturiano a la ACB recuerdan una gesta histórica: «Éramos chavales de casa»
La empresa no era sencilla. Un equipo formado por muchos jugadores de la cantera y entrenado por un técnico con poca experiencia en España quería subirse a lo más alto del baloncesto español, poner el nombre de Gijón y el de Asturias por primera vez a la misma altura que el de Real Madrid, Barcelona o Juventut de Badalona. Y lo consiguió. El 3 de junio de 1995, David Fernández, Sergio Cortés, Johnny 'Sonrisas' McDowell, José Luis Casaprima, Paco Gómez, Arturo Cavero, Borja Rodríguez, Toño Grana, Juan Antonio Hernández, Roberto Carvajal, Pablo Noguero y Juanjo Meana, bajo la dirección de Bill McCammon, provocaron un estallido de alegría en Gijón que todavía se recuerda. Un gritó unánime de ¡Trébol, ACB! que resonó primero en un Palacio de Deportes en el que no cabía un alma y después por las calles de una ciudad que se volcó con su equipo. «Hacer el 'play off' en Gijón nos sirvió para subir, jugando fuera no creo que hubiésemos logrado el ascenso», apunta Roberto Carvajal, uno de los jugadores más destacados de aquel histórico Trébol Gijón Baloncesto.

La historia de esta gesta está jalonada de pequeños hitos, decisiones acertadas, casualidades, todas ellas alineadas para alcanzar un objetivo que muchos ni siquiera se planteaban al inicio de temporada. Bill McCammon, que procedía del baloncesto universitario estadounidense, se había convertido en el verano de 1993 en el entrenador del equipo. Sin experiencia en España, consiguió llevar al Trébol Gijón Baloncesto hasta el 'play off', donde cayeron frente al Bilbao.
La temporada siguiente, manteniendo un bloque de jugadores de Gijón y subiendo a alguno más de la cantera, el club se lanzó a la aventura. «La llegada de Bill McCammon fue un revulsivo. Su entrenamiento se basaba en el juego. Nos hacía correr mucho, pero con balón. Decíamos en broma que parecía atletismo», recuerda José Luis Casaprima, uno de los canteranos que reforzaron la plantilla en la campaña 1994-1995. El ambiente en el vestuario era bueno. Con muchos jugadores de Gijón y un puñado de refuerzos, el equipo consiguió una sintonía personal que todavía hoy muchos mantienen, involucrando además en ese aspecto a los que venían de fuera. «Conectamos muy bien, lo hacíamos todo juntos», recuerda Roberto Carvajal.
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Los jugadores de refuerzo, además, funcionaron a la perfección. «Todos los equipos tenían un americano, menos nosotros, que teníamos dos: McDowell y Vallecas», apunta Toño Grana, hijo del fallecido Tino Grana, alma del club en aquella época y su gran impulsor.
Johnny 'sonrisas' McDowell llevaba ya un año en Gijón. El suyo no era el perfil del americano al uso. Con no demasiados centímetros para jugar por dentro, era capaz en cambio de hacer cosas que otros pívots no hacían, como lanzar desde fuera. El que se sumó ese año fue Juan Antonio Hernández 'Vallecas', formado en la cantera del Real Madrid, que venía de jugar en ACB y que ya había pasado por Gijón. «Surgió la posibilidad y no me lo pensé». Sus recuerdos le dicen que la plantilla no estaba diseñada para el ascenso. «Nadie daba un duro por nosotros, no había expectativa de ascenso». Pero se juntaron muchos «condicionantes: un buen entrenador, que era además buen psicólogo, un buena americano muy polivalente y una dinámica ganadora. Y una cosa llevó a la otra».
Sin perder un solo partido como locales se presentó el Trébol Gijón Baloncesto en el 'play off'. El Ayuntamiento de Gijón había apostado fuerte por quedarse con una competición que también querían el resto de ciudades implicadas en la lucha por el ascenso. «Le dimos importancia a tener un equipo en la máxima categoría. Era una forma de atraer a la gente al deporte y de tener una proyección exterior», recuerda Daniel Gutiérrez Granda, por entonces concejal de Deportes en el Ayuntamiento de Gijón.
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Ser sede de aquel torneo a ocho fue clave para conseguir el ascenso. La afición ya había dado muestras de que estaba con el equipo, pero lo que se vivió aquellos días de 1995 en el Palacio de Deportes quedó para el recuerdo. «La afición era brutal. Estuve en la cancha del Real Madrid y del Barcelona y puedo decir que lo de Gijón era enorme. Era de las mejores aficiones de España», apunta Sergio Cortés.
El primer partido fue contra el Tenerife Canarias, un equipo superior en presupuesto. Al descanso, los gijoneses perdían «de quince o dieciséis» y se desesperaban con Ray Smith, la estrella canaria. Vallecas dio un paso al frente en el vestuario y dijo: «Entrenador, lo marco yo. Jugábamos en casa y podíamos presionar. Teníamos a los árbitros estudiados de la primera parte y levantaron la mano. Y a Ray Smith no le gustaba el cuerpo a cuerpo».
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Con la principal fuente del Tenerife un poco más seca y ante más de 7.000 personas se consiguió el pase a la semifinal contra el Ernesto Electrodomésticos de Alicante. «Cuando llegamos al Palacio para el partido, el pabellón ya estaba lleno». Apostados en las columnas u ocupando las escaleras vieron los aficionados un partido que acabó con una victoria por un solo punto. Era el momento de la euforia, el del grito unánime de ¡Trébol, ACB!, el del día en el que Gijón salió a la calle por el baloncesto. «Se hizo un equipo para salir a competir y logramos el ascenso. Fue como el Sporting de los 'guajes'», explica Juanjo Meana.
El equipo lo celebró con una cena en la que estaban plantilla, directiva y familias. Pero también vieron cómo se lo tomó la ciudad. «No fuimos el Sporting, pero a las cinco de la mañana había pandillas por la calle gritando 'Trébol, ACB!», apunta Toño Grana. «Se juntó mucha gente que nunca había visto un partido de baloncesto. Fue un año muy emotivo, nadie esperaba que con un equipo de casa se llegara a donde llegamos. Fue muy emocionante», añade Pablo Noguero. Roberto Carvajal aún recuerda a la gente bañándose en la antigua fuente de Begoña. «Aquella fiesta duró mucho. Fue una experiencia inolvidable, la gente aún lo recuerda». Fue la traca de una temporada de ensueño que quedó enmarcada para siempre en la historia del deporte de la ciudad y en el corazón de los gijoneses.
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