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«Hice la rehabilitación convencido de que no me iba a volver a pasar, que iba a ser la última», rememora Pelayo Morilla (Oviedo, 2001). «De lunes a viernes entrenaba; sábado y domingo descansaba. Esa pretemporada no había tenido ningún problema... Pero es lo que hay», asume el exfutbolista del Sporting con cierta resignación. Su quinta lesión grave de rodilla le obligó a colgar las botas el pasado mes de septiembre a los 23 años, días después de estrenarse con gol en el Teruel y tras completar la pretemporada con el Real Avilés.
«Esta semana hay dos ascensos que son un poco míos», bromea desde la iglesia de San Pedro, donde se cita con ELCOMERCIOcon maillot y casco después de salir a rodar. La bicicleta ha pasado de ser un regate a la nueva afición del joven. «Salí de Oviedo, subí el Alto de La Madera, bajé hasta aquí, tiré para Salinas, comí una 'galletina' y volví». Noventa kilómetros y tres horas de entrenamiento. «Y por la tarde, gimnasio».
«Mi vida ha dado un giro de 180 grados», reconoce. El que fuera uno de los canteranos más prometedores de Mareo ha encontrado en el triatlón la manera de seguir enganchado al deporte. «¿Qué hago?» fue la pregunta quese hizo a sí mismo el jugador tras su última lesión, una rotura de la plastia de su rodilla izquierda, «la parte que te ponen para sustituir ese ligamento cruzado cuando está roto», aclara para los profanos en la materia. «Tiré de la bici, que era lo que me molaba». Su nuevo club deportivo ya no iba a ser de balompié. «Encontré un club, el TriOviedo, con el que empecé a preparar estas pruebas, a salir a nadar con ellos y poco a poco le fui cogiendo el gusto a esto del triatlón y a volver a competir, que al final es lo que te da esa dopamina», explica. El pasado fin de semana, Morilla completó en A Coruña su primer triatlón en distancia olímpica: un kilómetro y medio nadando, 40 en bicicleta y los últimos diez, corriendo. «Fue duro porque hay mucho nivel», se sincera.
El ovetense paró el crono en dos horas y cuarto. «Lo valoro muy positivamente, porque mi objetivo era bajar de dos horas y media». Una caída en el tramo en bici le impidió incluso rebajar algún minuto a su marca. Una semana antes se había estrenado en la disciplina en Gijón, aunque en la modalidad sprint. Es decir, la mitad de distancia en las tres pruebas que aglutina el triatlón. «¿Lo que peor llevo? Nadar, es con diferencia la parte más técnica y mi talón de Aquiles».
La rodilla izquierda de Pelayo Morilla no engaña. Una larga cicatriz recorre su cara exterior, que se hace más visible por el moreno de su piel. «Me hicieron lo que se llama un refuerzo de Lemaire». Una técnica que se emplea para estabilizar la rodilla, especialmente tras las lesiones de ligamento cruzado. «Está claro que a mí me pueden meter todos los refuerzos que quieran, que mi rodilla no va a aguantar», reflexiona con sorna.
«Tiene su gracia porque mucha gente me pregunta que cómo no voy a poder jugar a fútbol si hago triatlones, pero es que nadando y en bici tienes un impacto mínimo en la rodilla», aclara. Es en la carrera donde tiene que tener más cuidado. «Si hago más de 35 o 40 kilómetros a la semana corriendo... La rodilla ya canta». No es fácil encontrar a un deportista de 23 años con un conocimiento tan profundo de su propio cuerpo como lo tiene el exsportinguista. «Es que las lesiones me han hecho investigar, leer, preguntar a mis fisios, readaptadores... He buscado todo lo que estaba en mi mano para intentar averiguar por qué me pasaba lo que me estaba pasando».
Con tan solo 17 años y 37 días, Pelayo Morilla se convertía en uno de los jugadores más jóvenes en debutar con la elástica sportinguista en el primer duelo del curso 2018-19, con Rubén Baraja en el banquillo. Un año después, iba a empezar su particular calvario con las lesiones. «Cuando rompes un ligamento cruzado sientes un crujido importante», sintetiza Morilla. Era noviembre de 2019 y el Sporting 'B' se medía al filial del Getafe. «Estábamos acabando el entrenamiento previo. Un ejercicio de posesión reducida, salto por encima de un compañero, me desequilibro y al apoyar noto que se me va la rodilla».
Curiosamente, aquella primera dolencia se la produjo en la pierna derecha. El resto, en la izquierda. «¿Peor la primera o la última? Pues mira, yo te diría que las del medio, sobre todo la segunda y la tercera lesión que tuve. Al final la primera lesión asumes que es algo que te puede pasar y me coincidió con el parón por el covid. Fueron ocho meses, pero los afronté con ganas».
Una motivación que le fue más difícil encontrar en los siguientes procesos, llegándose a plantear el por qué de tanto infortunio. «En la cuarta operación, en Madrid, la traumatóloga me dijo que si estaba loco por querer seguir jugando al fútbol. Pero yo sentía que me habían puesto la miel en los labios y que si había que arriesgar una última vez era ahora». No pudo ser y su rodilla dijo basta el pasado mes de septiembre. En octubre, el ya exjugador anunciaba que colgaba las botas. «Me quedo con que el rendimiento estaba ahí y que los años que las lesiones me respetaron, que fueron pocos, el nivel lo tenía». Su nueva vida ha cambiado el césped por el asfalto y el agua. «Es lo que toca», asume.
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