Borrar
Robustiano Iglesias, frente al castillete. ARNALDO GARCÍA
«El mejor recuerdo que guardo es el del compañerismo increíble de los mineros»

«El mejor recuerdo que guardo es el del compañerismo increíble de los mineros»

A. COLLADO

GIJÓN.

Martes, 26 de diciembre 2017, 02:03

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Cuando Robustiano Iglesias (1967) entró a trabajar en Mina La Camocha se convirtió, para todos, en el guaje. Al guaje sus compañeros le invitaban a cenar cordero y al baile. «El guaje no pagaba nada», cuenta hoy entre risas. Es solo uno de los «muchísimos buenos recuerdos del compañerismo» entre mineros, que «era exagerado». Un compañerismo que muchas veces, demasiadas, estuvo condenado a mostrar sus verdaderas dimensiones en situaciones trágicas. Que en los malos momentos -o, sobre todo, en ellos- llamaba la atención.

Por eso, si alguien le pregunta a Robustiano cuál es el mejor recuerdo que guarda de la vida en la mina su respuesta resulta, cuanto menos, sorprendente. «Cuando llevaba un mes trabajando, a un compañero se le escapó una pieza de madera en la rampa y me rompió el pie por muchos sitios», empieza a narrar. La explotación contaba con ambulancia y conductor propios. Pero a este último hubo que ir a buscarle al chigre de al lado de la mina. «Recuerdo que me llevó por el alto de San Martín y yo creí que no llegaba», continúa antes de que la historia se empiece a tornar amable. «Cuando llegué al Hospital Adaro de Sama descubrí ese compañerismo increíble de los mineros. Fue toda una experiencia y ese es mi mejor recuerdo».

Los peores, los de los accidentes, las muertes de amigos y, también, «cuando no se cobraba». Todos, los buenos y los malos, se le presentan cada día al salir a la calle y toparse con el castillete.

Robustiano trabajó veinte años en la mina, hasta el día de su cierre. Antes lo habían hecho su padre, sus primos, «toda la familia». El suyo es un arraigo indiscutible. «Nací aquí y aquí sigo, en las casas del poblado», se enorgullece. En las últimas décadas han cambiado muchas cosas. «Antes éramos 1.600 trabajadores y el 90% hacía vida en el pueblo. De la mina al ganao y del ganao al chigre», rememora. Esa vida ya no existe. Se acabó mucho antes de que se dejase de extraer carbón. «Los bares no cerraban para poder dar servicio a todos los turnos. Cada relevo eran 600 personas moviéndose por el poblado. Pero, al final del todo, que viviésemos aquí y trabajásemos en la mina éramos solo cinco». Así que para cuando Mina La Camocha echó la llave el poblado ya se había acostumbrado a vivir sin el bullicio antaño asociado a la explotación. Eso no significa que el cierre no se viviese «con muchísima pena, por lo que significaba».

Quien fuera delegado minero de seguridad y miembro del comité de empresa por el SOMA aún recuerda los viejos tiempos, cuando «no había cerraduras en las puertas y comías en casa del vecino. Hoy ni siquiera nos conocemos», reconoce con nostalgia. Y en este nuevo mundo, ¿qué piensa de que el papel del carbón se ponga en cuestión? «Pues como muy bien explica mi secretario general, José Luis Alperi, creo que el carbón autóctono tiene que tener cabida en el mix energético».

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios