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Jueves, 25 de abril 2019
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Esquinado ante una extensa y alargada plaza que reúne parte de la mucha obra civil de Corvera, y citemos incompletamente el parque infantil, el grupo escolar, el centro de salud, las piscinas y otras dotaciones, poco antes que el monte suave y el bosque denso añadan el verde correspondiente, encontramos y entramos en La Parpayuela.
Quienes le dábamos un único sentido al sustantivo asturiano, el de charlar o dar la lengua, hemos encontrado otra acepción igualmente asturiana: codorniz. Por eso la imagen de la casa es una codorniz en su nido, y por eso también la ensalada Parpayuela (que ofrecen y recomendamos) lleva, entre otros ingredientes, codorniz escabechada.
Dirección: C/ Fernández Corugedo, 8. Las Vegas. Corvera)
Teléfono: 984 83 60 45
Inauguración: José Manuel Ferreira Campón
Cocina: Rosa Mª Sánchez Pordomingo
Sala: 2003
Media a la carta: 20 euros
Descanso: martes
Ocupando el bajo de un moderno edificio en una moderna manzana de un moderno barrio, que las modestas casinas obreras y aldeanas de comienzos del pasado siglo van desapareciendo de las calles -ojalá permanezcan unas cuantas para ilustraciones futuras- une calle lateral con patio interior, eleva una terraza balconada y soleyera, y separa el salón de la cafetería, vinatería y tapería (que pinchos y tapas reciben mimos) del salón comedor, luminoso, profundo, acabado en cristalera y con color, luz, cuadros, botelleros, alacenas y un cálido punto de vetustez aportado por las cenefas y apliques de escayola.
Manolo cocina y Rosa sirve. Ambos recrean, con la ayuda de Elena, platos de tradición paso por paso y punto por punto, sean unes fabes con almejes, un pastel de centollo, un pulpo con setas y gambas, unos callos según la ortodoxia indígena, unas yemas de espárragos con vinagreta, un arroz con bugre, un lenguado relleno de marisco, un solomillo de ternera en salsa de brandy, una sartén de picadillo, unas carrilleras en su jugo, un cachopo crujiente y alabado...
Y lo que den la tierra, el mar, o ambos según los clientes deseen y soliciten, dando tiempo siempre a ir al mercado y mercarlo, que las reuniones de amigos, las fiestas de empresa y familiares, las comuniones e, incluso, las segundas nupcias (que suelen mejorar manducatoriamente a las primeras) son bienvenidas.
Manolo, hijo de castropoleses venidos por la siderurgia, terminó el bachiller y se puso a trabajar en un bar, pero no sentía que por allí discurriera su futuro: «Mis amigos disfrutaban mientras yo trabaja, así que durante el servicio militar me propusieron encargarme del bar de los oficiales, y contesté que prefería quedarme haciendo guardias», recuerda.
Licenciado y regresado, esperaba dedicarse a montajes u otras actividades industriales propias de una comarca que ya afrontaba la reconversión, por lo que, con el asesoramiento de un hermano hostelero, se presentó a la subasta del Centro Social de Las Vegas. Y lo llevó de 1979 al 2003. Allí conoció a Rosa, se casó, la sumó, y se hizo cocinero estudiando en la escuela del cubo de la basura: «Observa, lee, trabaja, fracasa y repite hasta lograr la perfección». Además se enfrentó con éxito a banquetes populosos: «No teníamos lavavajillas, y pasaba la noche lavando pilas de platos».
Además de carnes y pescados, desarrollo una especial afición por la repostería: sus tartas, milhojas y mantecados encumbran, por porciones, desayunos, meriendas y postres, por celebraciones, velas y aplausos.
Hace pocos meses sufrieron un incendio en la cocina que no pasó de susto. Y reparado el incidente, la parroquia regresó al completo: hay fidelidades siempre justificadas.
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