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Julia Martínez, en el comedor del restaurante de Peón. JOSÉ SIMAL
Casa Pepito
PEÓN (VILLAVICIOSA)

Casa Pepito

A esta aldea con paisaje de cuento, quienes acuden tienen como referencia obligada para el buen comer a Casa Pepito

LUIS ANTONIO ALÍAS

Jueves, 7 de diciembre 2017

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Bajar al valle de Peón es bajar a la aldea perdida. Es cierto que Asturias está lleno de valles así, de aldeas así, de paisajes que se copian, amplios en su cierre de montañas, con bosques y prados que van de verdinegros a verde esmeralda pasando por todos los números del pantón, pero el de Peón, si lo ilumina el sol o lo difumina la niebla, demanda parada y contemplación zen.

Casa Pepito

  • Dirección: Casamoria, 1. Peón (Villaviciosa)

  • Teléfono: 985 89 41 18 y 629 816 466

  • Cocina: Julia Menéndez Álvarez

  • Sala: Sergio Crespo Menéndez

  • Inauguración: 1949

  • Descanso: miércoles

  • Menú laborables: 8,50 euros

  • Menú finde: 17 euros

  • Sidrar: José Tomás

Eso sí, la carretera, de tan sinuosa y curvilínea, no pide lirismo y sí máxima atención, mientras descendemos de lo antes ganado en el Alto del Infanzón. Y cuando llegamos a lo hondo, por donde discurre el río España -poco río para mucho país-, justo al lado del cruce con otra carreterina de fascinaciones y lentitudes que llega hasta Pola de Siero, nos recibe Casa Pepito, alargado caserón que brinda merendero, terraza abierta, terraza cerrada, chigre y comedor en el personal ambiente creado por Julia y sus antepasados; un ambiente asturiano, chigrero, mesonero, parrillero, con especialización en grandilocuencias muy sabrosas que coronan el tablón de suprema de buey y la superhamburguesa, dos festines que a los mismísimos Lazarillo, Buscón o Carpanta pareciera excesivo.

Pero vayamos por partes. Hoy, Casa Pepito son Julia y su hijo Sergio. En 1949 eran su abuelo Ernesto, que le puso el primer nombre, y su padre José Manuel 'Pepito', que le dio el segundo por aclamación popular. Ernesto «le encargó a Urbano, un albañil de Peón y no un peón de albañil», una casa de piedra en un solar heredado por María Cristina, mujer de Pepito y madre de nuestra actual protagonista. Y como mandaban los tiempos la casa, con medida de caserón, acogió bar, llagar, tienda y estanco.

Bien: tenemos a Ernesto, el abuelo hacedor y primer encargado; tenemos a Pepito y María Cristina, que tras casarse prepararon y sirvieron comidas, y tenemos a una hermana de María Cristina que independizó la tienda y la puso en el lateral: ¡cuántos residentes y veraneantes pudimos allí proveernos de los artículos imprescindible para las necesidades cotidianas!

Recombinado y gradualmente reconvertido el llagar y almacén en comedor, Casa Pepito adquirió fama en un enorme radio a la redonda y sirvió de marco casamentero a la parroquia propia y las colindantes con un menú que aseguraba eternas, felices y fértiles uniones: sopa de gallina, fabada, pitu, huevos en salsa y arroz con leche. Además, las tortillas de patata de María Cristina provocaban llenos y esperas por las mesas de fuera y de dentro.

Pepito se fue demasiado pronto. Y María Cristina continuó ya con la ayuda de su hija Julia, que llevaba la casa -su casa- desde nacida en el corazón y la cabeza: sangre joven puso Casa Pepito al día reformando el comedor, repartiendo toneles y objetos de labranza por las paredes, y creando un clima cálido y confortable que incluye parrilla y campo donde los pequeños pueden jugar tranquila y felizmente.

Retornando a las especialidades, el tablón de buey nos pone delante precisamente de eso, un tablón que no mide menos de lo que marca el metro patrón, completamente cubierto por un fileteado de vacuno alistano crudo, mientras que la superhamburguesa embute un panchón tierno con un kilo de carne, otro tanto de lomo adobado, tomate, juliana de lechuga, queso en lonchas y un denso cerco de patatas sobre una bandeja redonda que casi desborda. Ambas especialidades dan cuatro raciones normales, tres excelentes, dos excesivas y una imposible sin pluma de ave romana.

Las croquetas, los calamares de potera, los chipirones fritos, la fabada, la carne asada, el cachopo, el bacalao a la vizcaína, las tartas caseras y un capítulo para celíacos, junto a los variados menús de la casa, amplían las perspectivas con calidad y abundancia.

De punto fina un digestivo orujos.

Casa Pepito, cerca de su setenta aniversario, permanece fiel al bueno, bonito y barato que le convirtiera en centro comarcal de gulas y tertulias; visitarla exige tiempo, fame y buena compañía para compartir raciones y -culín tras culín- chispear conversaciones.

¿Qué visitar?

Se ve desde la entrada de Casa Pepito, grande, antigua, dedicada a Santiago, que ante ella pasa un ramal del Camino y la senda también peregrina entre Gijón y Covadonga. Muy reformada a través de los siglos, sufrió una completa reconstrucción en los años veinte del pasado siglo que destacó por su altura la torre y la cabecera. No obstante posee restos de su origen románico en la sencilla portada de medio punto, en el capitel que hace ahora de pila de agua bendita, en las tetrapétalas de las impostas del arco de triunfo y en los interesantes canecillos reutilizados para sostener los actuales aleros entre los que podemos destacar vegetales, rosetas, aves afrontadas y un hombre con barril. El acceso por camino arbolado, la finca que ocupa y la vistas aumentan el ya grande por sí interés de visitarla.

Cabritu al cocineru

Por comensal

Ingredientes:

- 1 ½ kilos de cabrito

- 2 dientes de ajo

- 1 cebolla

- 1 pimiento verde.

- 1 pimiento rojo.

- 1 zanahoria.

- 1 vaso de brandy.

- 1 vaso de vino blanco.

- Aceite de oliva virgen y sal

Elaboración:

1. Con sal, ajo, perejil, brandy y vino blanco, todo machacado en el mortero, se prepara un adobo con el que se cubren los trozos de cabrito el día anterior.

2. Al momento del guiso, en una sartén pochamos suavemente y bien picados la cebolla, el pimiento rojo, el pimiento verde y la zanahoria.

3. Ya suave por pochadino, lo trituramos.

4. En una pota con aceite echamos los trozos del cabritu y los doramos a fuego vivo por ambas caras.

5. Añadimos el líquido de la maceración y el triturado de hortalizas.

6. Tras el primer hervor dejamos que se haga lentamente al mínimo fuego, no menos de dos horas, añadiendo chorrinos de agua, coñac y vino blanco si fuera necesario.

7. Servimos al momento.

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