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Plato de verdinas con pixín de Casa Consuelo.
La  otra gran faba de Asturias

La otra gran faba de Asturias

Pequeña, plana, lisa, fina, tierna, imperceptible de piel y deliciosa. Redondea y suaviza sabores fuertes de mar y monte. La verdina, la alubia verde y clara, es la esmeralda de nuestras huertas

luis Antonio alías

Lunes, 12 de enero 2015, 19:46

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Desde que fue importada de los valles peruanos y bolivianos, producimos alubias o fabes blancas, rojas, pintas, moradas, amarillas, canelas y negras, con las de la granja o del cura, ahora faba asturiana regulada, específica y protegida, ostentando el cetro de las calidades y la credencial de llariega y embajadora. Un cetro y unas credenciales que comienza a compartir con las verdinas, que no desmerecen ni en rango, ni en virtudes, ni en patriotismo, ni en precio.

Pero mientras la faba asturiana posee cronistas y presencia desde hace, al menos, siglo y medio, la verdina apareció para buena parte de quienes hoy la admiran, cocinan y promocionan, no mucho más allá de dos o tres décadas.

¿Y dónde estuvo hasta entonces? En Llanes y Ribadedeva. Hay quien sitúa sus primeros cultivos en el valle de Ardisana, de donde se extenderían por buena parte de la comarca oriental, con el mercado de Cangas ejerciendo de principal escaparate. Y si durante los años ochenta el número de restaurantes que las incluían en su carta resultaba modesto, con la última década del pasado siglo el club de admiradores y propagandistas comenzó a incrementarse.

Un salto cualitativo esencial se produce cuando Álvaro, de Casa Consuelo, en Otur, promueve su plantación en la fértil rasa costera de Valdés; a las verdinas de oriente debemos añadir las igualmente magníficas de occidente.

Otro interrogante discutido envuelve su origen con tres hipótesis.

Una primera autóctona: tal como ocurrió con la faba de la granja, fue el resultado feliz de lentos cruces y selecciones realizados por los agricultores de la vertiente septentrional del Cuera. Una segunda, de introducción relativamente reciente: la trajeron de México indianos de la extensa y próspera colonia llanisca allí residente.

Y una tercera con nombre propio: Ricardo Duque de Estrada (1870-1941), Conde de la Vega del Sella y venerable arqueólogo al que debemos los cimientos de nuestra prehistoria regional, las habría importado de Francia, país que visitaba frecuentemente por motivos científicos.

Y para terminar planteemos otro interrogante sorprendente e incomprensible ¿Cómo tantos asturianos desconocen todavía las verdinas? No es para calificarlo de delito, aunque casi, pero de pena y pérdida sin duda. Menos mal que solucionarlo está al alcance de la mano y del paladar.

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