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LYDIA IS
Jueves, 22 de junio 2017, 03:35
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Empezaron a preparar sus guisos sobre carbón y leña con una idea siempre clara: preservar la cocina tradicional asturiana. Aida Rosales, Rosalía Arruquero, Pacita García Francos y las hermanas Gloria y Estella Paradelo se convirtieron desde sus negocios en guardianas de los fogones y ahora que están jubiladas, el Club de las Guisanderas ha decidido rendirles un homenaje para tener siempre presente su legado. «Han dedicado toda su vida al trabajo y a los demás, era de justicia agradecérselo», señala Amada Álvarez, presidenta del colectivo.
El momento elegido para hacerlo fue la gala anual en la que Yantar fue premiado con la Guisandera de Oro. Aún emocionadas y con la perspectiva que da el paso del tiempo, echan la vista atrás y aseguran quelo suyo ha sido «un aprendizaje constante». Todas bebieron de las enseñanzas de sus madres, mujeres tradicionales de aldea acostumbradas a servir mesas llenas de comensales. Salvo Rosalía Arruquero, Rosita, que lo hizo de Manuel, su padre, quien heredó el popular Casa Néstor de Luanco. «Mi abuelo fue cocinero en barcos y recorrió medio mundo antes de dedicarse a la hostelería, lo que le sirvió para incorporar ingredientes y técnicas que aquí no existían. Fue un transgresor, pero sin romper con la cocina de siempre», recuerda. Como plato especial destaca el rey a la reina, aunque como buena mujer costera es experta en todo tipo de pescados.
«Hay que evolucionar, actualizarse y adaptarse a los tiempos, pero sin perder la esencia», defienden también Estrella y Gloria Paradelo, que comenzaron juntas en El Azul, en Mieres, y lograron ser un referente en arroces y pescados. La primera mantuvo el negocio y fundó El Cenador del Azul que en la actualidad gestionan su hijo José Luis Mondelo y su nuera Ana Fé Fernández, y la segunda se hizo cargo de El Panduku, en Siero, junto a su hermano Víctor, donde se ha jubilado sin encontrar relevo.
Más suerte tuvo Aida Rosales, responsable de los fogones de Casa Eutimio, en Lastres, a la que ha sucedido en la tarea su hija María Busta. «Las claves para un negocio de este tipo son el trato personal, la limpieza, la calidad del producto y la ilusión por hacer las cosas bien», asegura. Sus compañeras asienten y añaden: «Ha cambiado mucho la forma de salir a comer, la crisis ha hecho mella y enganchar a los más jóvenes resulta difícil». Entre los motivos creen que se encuentra el precio, pero todas se muestran rotundas. «La calidad de los productos hay que pagarla», aseguran.
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