Tiempo clave para las conserveras
Las empresas del sector de los enlatados se abren a una mayor variedad de productos con la optimización de los recursos disponibles y un auge cada vez más notable de las exportaciones
Hablar de conservas en Asturias es hacerlo de una industria que fue clave durante la posguerra. Las fábricas, que se llegaron a contar por decenas a mediados del pasado siglo, empezaron a cerrar en los años 60 marcando un punto de inflexión en el sector. Aún hoy aguanta alguna de esa época, como Conservas Costera, cuya historia empezó a escribirse en 1926; Agromar, que empezó a operar en 1948 aunque no se constituyó como empresa hasta hace tres décadas, y Conservas Remo, cuyos fundadores lo apostaron todo en 1964.
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Las décadas de los 80 y 90 fueron claves para la industria asturiana de la conserva, pues se generalizó la profesionalización, se potenció la innovación y se abrieron negocios que aún hoy siguen al pie del cañón, dando empleo directo a más de un centenar de personas y atrayendo hacia sus instalaciones a herederos de las generaciones fundadoras. «Que hijos hereden los negocios se debe a que es un sector muy complicado, que vive muy a presente. Yo voy diariamente a la rula a seleccionar el pescado, y voy a ciegas totalmente porque no sé si va a haber lo que quiero. Además, es algo que se vive en la familia, las siguientes generaciones aprenden de lo que hacen sus mayores porque es lo que han visto toda la vida», explican Armando Barrio padre e hijo, actualmente ligados a Agromar en pleno puerto de El Musel.
La tendencia ahora es aprovechar las instalaciones y la maquinaria disponible para cubrir cuanto mayor abanico de productos. Las conservas de pescado, los patés y las latas y tarros con platos cocinados forman un equipo que algunos ya consideran indispensable para seguir creciendo en el futuro. La búsqueda de etiquetados acordes al siglo XXI y por obtener el mejor producto 'gourmet' son los otros pilares básicos que asumen hoy las potencias del sector, que cada vez esperan con mayor mezcla de esperanza y miedo el inicio de las campañas del bocarte y el bonito del Cantábrico, ambos considerados los productos más buscados.
«Al final, dependemos de las vedas y los cupos. La costera del bonito del pasado verano fue más corta de lo normal y, aunque se alcanzaron las toneladas marcadas, su captura se concentró en muy pocas semanas. Eso no nos permite jugar en las mismas condiciones a los que trabajamos con materia prima fresca», apunta Roberto Canal, de Conservas Telva, dependiente del puerto de Lastres desde 1998. «Y eso sin contar con la competencia que suponen las grandes superficies», continúa.
Esta situación provoca que los números no salgan cuando se trata de hacer previsiones de cara a la siguiente temporada. «Nos obligan a tener en dos meses lo que vamos a vender durante el año y eso es complicadísimo porque el día tiene las horas que tiene», explica también Alejandra López, tercera generación de Conservas Remo, con sede en Veriña, en donde algunas de sus referencias, como el pulpo, ya se han agotado hasta la próxima campaña.
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La exportación supone para las grandes conserveras asturiana una válvula de oxígeno. Por ejemplo, solo Conservas Costera llega a Portugal, Francia, Italia, Alemania, Suiza, Reino Unido, Grecia, algunos países árabes y, recientemente, también a Singapur y Japón. De sus instalaciones del gijonés polígono industrial Somonte III –aunque el origen se halla en el Natahoyo– salen «unos 400.000 kilos de bonito en fresco y 200.000 de anchoa. Llevo 30 años en esto y creo que antes se movía más producto», cree su actual responsable Ignacio González.
Anchoas Ballota empezó a funcionar en Llanes en 1995 como cooperativa familiar: «Los socios eran mis suegros, sus cuatro hijas y yo», cuenta Juan Manuel Manzano, al tiempo que explica que sus hijos, Susana y Pablo ya están metidos en el negocio. Lo suyo siempre ha sido la anchoa, aunque con los años se abrieron a hacer boquerón con tomate y chipotle y, más clásico, con ajo y perejil, así como algo de bonito y xarda. De su fábrica y de la tiendecita gourmet que tienen a 200 metros salen unos 6.000 kilos de producto al año.
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No parar para seguir creciendo es la filosofía de los inquietos empresarios asturianos de la conserva. Conservas Laurel, abierta desde 1998 en Avilés, introdujo en 2004 a su oferta una gama de platos cocinados. «Una vez que ya tienes capacidad y maquinaria, empiezas a dar vuelta a nuevas posibilidades», explica su responsable, Daniel García. En la conservera, como en otras industrias, el mejor truco es no dejar de trabajar.
Conservas Remo, la mar enlatada en Verines
Trabajan bonito en aceite, en escabeche y natural, anchoas, chipirones, pulpo, huevas de merluza, almejas y berberechos de la ría, patés de bonito y de cabracho, así como una gama de platos cocinados que, a excepción de la fabada, todos tienen que ver con el pescado. Sirven verdinas con langostinos, cebollas rellenas de bonito, garbanzos con bacalao y espinacas, rollo de bonito y fabes con almejes, por citar algunos. Todos estos siguiendo recetas artesanas. En ello seguirán los próximos meses.
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