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La Nieta

La Nieta

Una posada cerrada y recordada vuelve a proporcionarnos entorno, bodega, mesa y satisfacción con Gerardo Fernández de chef, una garantía confiable

Luis Antonio Alías

Viernes, 23 de enero 2015, 16:59

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Hay lugares que, sin orígenes remotos o legendarios, logran formar parte muy pronto del recuerdo de una colectividad tan variopinta como la gijonesa. Por ejemplo, La Posada, que nos dejó un grato y duradero recuerdo sin apenas rebasar una década de historia, dorada en los comienzos y ahogada por la crisis como tanta otra hostelería según avanzaban estos años de hierro.

Precisamente, y por restringirse el tiempo de recreo a los menguantes presupuestos, que la casa, tenada y cuadra de gruesa cantería y sólidas vigas, reconvertida en chigre y comedores de rusticidad vistosa y abrigante, con su terraza de vermuts, su hórreo de carácter y su verde ribete, vuelvan ahora vestidos de Nieta joven, simpática y responsable, debe ocupar un sitio destacado dentro de la crónica de las iniciativas y quehaceres locales.

Para comenzar, dirige la cocina Gerardo Fernández, un veterano que ya apunta entre sus méritos varias cosechas de discípulos ejercientes y que, hasta decidirse a emprender junto con Jesús Antonio, el también cocinero y propietario del lugar, la nueva aventura, tuvo su restaurante, el ovetense que llevó su nombre, donde guisó y convenció. Para entonces había dejado huella y sentado estilo en La Gruta, en Casa Conrado o en La Campana, tres instituciones indiscutibles.

Con él va su equipo que mantiene, permanentes y complementarios, a su mujer Sara y a sus hijos Alejandro y Fernando.

Los hermanos, formados en la escuela hogareña, en la escuela oficial y en empresas ajenas antes de formar la familiar, dedican un entusiasmo reflexivo y razonado al vino, lo que les permite, por elección, visita y cata, ofrecer unos cuantos vinos dentro y fuera de carta merecedores de nota, pedido, compaginación y reflexión.

Ysi Alejandro y Fernando disfrutan atendiendo copas y clientes, Gerardo ejerce su pericia culinaria con felicidad, con cariño, con gracia, con sentimiento, virtudes que naturalmente se notan en los resultados. De un sencillo frito por gusto a otro por obligación va un mundo, quién lo duda, y el mejor gusto predomina en los potes ennoblecidos y esclarecedores, en los difícilmente superables tacos de atún rojo, en el suave pero intenso salpicón de marisco, en la verdura con bugre (o almejas) previamente vivo y adecuadamente desenciado sobre el caldoso y exquisito repollo, en los arroces marineros, en los pescados al gusto, en las carnes a la piedra Y en las guarniciones, del puré de castañas o manzanas a las patatas bastante más que figurantes, de las setas salvajes a la salsa de pimientos o de trufa, de los pasteles de ibérico a los asados huertanos.

La Nieta, tal vez por sano contagio, muestra intensos tonos familiares, con atracciones infantiles en la antojana y una gran variedad de menús -el del asado, el del Cantabrico, el de tapeo, el de la ternera, el de la casa- a precio cerrado, vinos serios y cafés incluidos: nada de sorpresas con la dolorosa, muy aliviada para que mantengamos un compás habitual o espaciado de regalar y regalarnos buenos momentos.

Momentos que, observando primero a los comensales y luego a nosotros mismos, comprobaremos traduciendo sonrisas, tonos y gestos, que por aquí abundan. ecuerda a la de la güela.

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