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Asador de Vega

Asador de Vega

Víctor y Jorge González Trabadelo disfrutan preparando la carne en ese punto ‘cum laude’ que la hace inconfundible y genera una legión de incondicionales

Luis Antonio Alías

Jueves, 5 de febrero 2015, 17:14

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Diferente y sorprendente. La subestimada capacidad emprendedora asturiana en tierra propia que de indianos de leyenda y de leyendas de indianos nos sobra repertorio queda rápidamente desmentida a poco que nos movamos. Y si es por caminos poco trillados, mejor aún.

Para poco trillado, este camino que es vía de servicio en un parque industrial al borde de la autovía A-64 entre Oviedo y El Berrón. Hay que saber situarlo y hay que saber llegar guiándose por las vecindades de grúas El Roxu, de los camiones de Casintra, y de alguna que otra parada y pregunta a pie de almacén, taller u oficina.

También hay que saber entrar. El edificio, lejos de la nave lisa y cuadrangular, alza una torre central de cristal y aluminio, luce en un frontal el logotipo Vegastur carnes roxas con v de puntiagudos pitones, y abre una terraza que circunda el comedor donde la empresa corta y asa el producto propio. Se debe, pues, meterse en el vestíbulo de la torre, darle al botón de la puerta que de un ascensor se trata, subir, mirar a un lado el Naranco y al otro Peña Mayor, entrar, y aspirar el aroma dulce, salado, fresco y enormemente apetitoso para los que no profesen disciplinas vegetarianas, de los chuletones sobre el carbón de encina. Y sentarse para festejar el constituirnos en remate de la cadena de producción entre el jugoso pasto y la apetitosa proteína.

Vegastur, por encima de toda otra ocupación, selecciona, importa, madura y vende cortes selectos de vacuno a particulares usted mismo si lo desea y en establecimientos carniceros y hosteleros véase y admírese el nivel del País Vasco, Navarra, León o Valladolid. Ocurre que sus propietarios, dos hermanos con un abuelo tratante en ganados y un padre mayorista en carnes, ambos comprometidos y convencidos por ciencia y experiencia de que la ocupación familiar debe pasar a tradición, no sólo eligen y ponen a tiempo de cuchillo y fuego las mejores esencias de reses holandesas, danesas, gallegas, de los pastos del Navia, o de Dakota del Sur; también disfrutan preparándolas y sirviéndolas a quienes les visiten, una actividad que, boca a boca y fartucu a fartucu, reúne comensales en número creciente.

Y dado que los propios Víctor y Jorge reciben y atienden dejando a un lado viajes, labores y otras fatigas, las posibilidades se reducen al almuerzo del jueves, al almuerzo y la cena del viernes y del sábado, y al almuerzo del domingo.

Tampoco la carta realiza viaje alguno por los cerros de Úbeda. Una entrada, por ejemplo, unos deliciosos puerros asados con un chorro abundante de oliva virgen, un plato de cecina pata negra o pata roxa, un chorizo criollo con mojo de la casa, un chuletón de cuatro centímetros merecedor ya no de respeto, de devoción y solicitud al tolerante Papa Francisco de bula cuaresmal, y un postre refrescante regado de tinto franco y gustoso nos queda en un menú cerrado de veinticinco euros.

Por cierto, olvídese de pedir el chuletón poco o muy pasado. Víctor y Jorge, tras cortarlo de los enormes chuleteros colocados sobre la correspondiente tabla, los cubren de sal gruesa, los depositan en la parrilla y los sirven en punto cum laude: el marcado y calculado por sus sentidos, que a fin de cuentas ellos se encargan de la selección, el cultivo, el corte y la preparación.

Si el tema le interesa, no deje de preguntarles por las infiltraciones óptimas de grasa, las características de chuleteros altos y bajos, la maduración imprescindible, las virtudes de razas y castas, o cualquier otro tema relacionado con nuestros generosos hermanos rumiantes: esa es, después de su pasión, su ocupación.

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